Chicos, ¡les comparto mi último cuento! Sí, por fin escribo algo. :D ¡Espero que les guste!
Titania.
Miguel Pacheco, mayo del 2019
Era la niña más bonita de toda la colonia, también la más diáfana y noble. El problema es que para pensar eso uno debía ser su familiar o cambiarse los ojos, porque los propios harían de las córneas sendas arcas de Noé con mirarla de frente. Se llamaba Titania (seguramente por influencias griegas o químicas, o químicamente griegas; aquello ni Ceus podría saberlo). Era de estatura baja, incluso más de lo normal; de cara redonda, con unas bolitas de color rosa en el cabello.
Tan absorta y ensimismada por las buenas; tan descontrolada e iracunda por las malas. En la mayoría de las veces, lidiar con ella resulta (o resultaba) ser muy difícil todas las noches antes de irse a dormir, y siempre era reprendida por sus padres como consecuencia. No era para menos; en aquella ocasión no muy distinta de las anteriores, se le había encontrado en el suelo de la sala, gritando; haciendo rabietas con esa vocecilla tan estridente, aguda y quejumbrosa y hasta gimoteaba. El único problema es que Titania no contaba con la sordidez del humor de sus padres dado que ellos habían tenido un mal día... vamos, que les había ido fatal en ese centro de llamadas.
Su madre ya se encontraba harta de todo aquello y sus esfuerzos habían resultado inútiles: orientación, psicólogos, y hasta terapia en familia, no habían hecho más que achicar los bolsillos de la desafortunada pareja que se mostraba cada vez más en declive en cuanto a la paternidad. Así que la mujer al presenciar todo aquello, alzando el grito en el cielo, exclamó:
¡Ya estoy harta, siempre es lo mismo contigo! ¿Acaso te hace bien verme tan enojada?
La niña se encogió de hombros y sin decir una sola palabra se incorporaba en el sillón. Luego, con lágrimas en los ojos, le replicó a la mujer:
-¡Sí, mamá, porque todo fue tu culpa!
El padre de Titania fue quien tomó el turno de la palabra, pero con un humor que no era distinto al de su esposa:
-¡Vamos, entiende, por favor, nosotros no quisimos hacer lo que hicimos! Tita, hija, yo te quiero mucho, pero no sé si hemos sido malos padres o qué... pero ya no podemos con esto. Nosotros ya no.
La mujer comenzó a preocuparse. Pese al profundo hartazgo se temía que su compañero dijera esas palabras algún día. Con eso, ya sabía cuál sería la siguiente parada de Titania: la abuela Laura. Así que preguntó:
-¿Estás seguro, Jonás, de que quieres que llevemos a la niña con mi madre? Sabes que ahora se encuentra delicada de salud...
Y él le dijo:
-No creo que sea tan grave, además, a tu madre puede sentarle bien un poco de compañía, ¿no crees?
Titania, contrario a todo pronóstico, enloqueció al escuchar esas palabras y siguió haciendo esas rabietas, las últimas que podría hacer en esa noche. En realidad no es que doña Laura fuera una mala persona, pero la niña no deseaba abandonar a sus padres. Aún no, era demasiado pronto. Los adultos intentaron calmarla, aunque obviamente fue difícil. En su lugar decidieron irse a su habitación hasta que Titania logró calmarse por completo.
Cuando estuvo sola (de hecho, ese era uno de los mejores escenarios para su agudeza mental) pensaba qué debía hacer. Hasta que se le ocurrió que, cuando estuviera con su abuela, repetiría la jugada como con sus padres y así podría regresárselos, harta también. Una vez decidida a ejecutar su plan se fue a dormir.
Al día siguiente todos despertaron y también se bañaron. La mudanza ya estaba más que lista. Ropa, películas de princesas, cepillo de dientes, jabón... De tan hartos que estaban no le avisaron a doña Laura la decisión tan repentina que habían tomado, pero pensaron que no le importaría. Aquello ya era un hecho irreversible.
Subieron en su pequeño bocho y tras 35 minutos ya se encontraban con la abuela. Ella los recibió sorpresivamente y en ese instante intentaba asimilar que Titania sería su nueva compañera por tiempo indefinido... quiso convencerlos de que aquello estaba mal... falló. En cambio les dijo:
-Sé que no estoy bien de salud, hija, pero quisiera ayudarles de algún modo. Mira, déjenme a la niña por un mes. Sólo un mes, no puedo ser los padres que ya tiene. Por favor, entiéndanme. ¿Sí?
Los padres aceptaron y se despidieron de la niña. Por suerte eran vacaciones... lo gracioso es que no hace mucho había sido expulsada del colegio debido a un altercado que será mejor omitir. Y por suerte que igualmente se encargaron de su manutención, vamos, no es que sean unos bárbaros por naturaleza.
Una vez que se encontraban solas se ponían al día. En realidad no fue nada complicado; parte del plan de la niña era mostrar cierta afabilidad con la dulce anciana durante los días y cuando fuera de noche, ahora sí, sacar a la Titania que ya conocemos. Y así fue como lo hizo. La abuela, intentó calmarla,, y también falló.
Así pasaban las semanas, y pese a la estrategia de Titania entre abuela y nieta se habían formado dos relaciones: una, afectuosa y compasiva por los días, llena de cariño y de confianza; otra, tensa y amarga por las noches, después de las rabietas para enloquecer a esa dama tan respetable.
En realidad nadie sospecharía de los sobresaltos nocturnos a menos que Titania se encontrase bastante enojada. Pero esos días sus primos los visitaban, y pese a que no había sido la niña más juguetona podía sentirse más en armonía al verlos más que antes. Incluso el trato con su abuela comenzaba a mejorar poco a poco y los ataques disminuían en cantidad e intensidad paulatinamente. La chiquilla iba acomodándose en aquél sitio; se sentía feliz por primera vez en mucho tiempo y no quería que éste se detuviera.
Sin embargo, cuando ya faltaban unos cuántos días para que se cumpliera el plazo de un mes, Titania se dio cuenta de algo terrible: ¡la salud de su abuela iba empeorando! La tos era más frecuente, le costaba más trabajo caminar... y la niña se sentía culpable de todo aquello. Así que, en una de esas noches, en lugar de hacer sus acostumbradas escenas, miró a Doña Laura y le dijo:
-Abuelita, ¿tú te sientes así por mi culpa?
Y ella le respondió: -No, hija, no digas eso, por favor. No me gusta que hagas esas escenas y algún día quisiera comprenderte, pero creo que la vida no me dará para tanto.
Así que Titania le preguntó: -¿Y no quisieras comprenderme ahora, abuelita?
-Pues sí, si quieres decirme algo yo te escucho -le replicaba un tanto sorprendida.
La niña ya se había resignado y del plan ya no quedaba rastro alguno, temiendo el descenso de su querida abuela. Esto fue lo que le dijo:
-Ay, abuelita. Ya no quiero. Hace muchos muchos días me pasó algo muy malo. Cuando fui a la escuela la primera vez, vi que mis compañeritos tenían hermanos y entonces cuando regresé a mi casa, le dije a mi mamá que yo también quería un hermanito, pero ella me dijo que no, que no tenemos dinero -le dijo mientras comenzaba a sollozar y a llorar, conforme avanzaba la historia.
-¿pero entonces por eso nos atormentas a nosotros? ¿Porque no puedes tener un hermanito? -le preguntaba la viejecita.
-No, abuelita, es que después seguí insistiendo porque yo todavía quería a mi hermanito, hasta que una vez mi mamá me dijo que jamás podría tenerlo, yo no entendí por qué dijo eso. ¡Y no lo entiendo! -estalló en una gran tristeza y rompió en llanto.
"¡Le dije que no se esterilizara!" pensó refiriéndose a su hija. Titania continuó con su relato:
-Y entonces yo me sentía muy sola, muy triste en mi cuarto, y no quería ni dormirme con mis papás por lo que me habían dicho. Así que se me ocurrió castigarlos como ellos me habían castigado a mí algunas veces. Y vi que cuando me ponía a llorar y a gritar ellos se sentían así como yo, muy enojados. Primero era para arruinarlos, pero después se me hizo divertido. Y pensé que si te hacía enojar a ti me devolverías con ellos. ¡Pero yo quiero quedarme contigo, abuelita!
-Doña Laura ahora había comprendido lo que pasaba, aunque aquello no tuviera una justificación como tal. Después de conocer la razón la tomó entre sus brazos, consolándole como sucedería en estos casos; y cuando estuvieron por concluir, el teléfono sonaba. Eran los padres de Titania. Así que la abuela contestó:
-¿Hola, hija? Sí, sí... ¿en serio? ¡Vaya! La niña se alegrará cuando lo sepa... ¿qué dices? ¡Vale, nos vemos mañana!
Titania había mostrado una cara oculta, de sonrisa radiante; una que hasta había olvidado cómo se hacía: una cara feliz, pues podía presentir algo solemne.
-¡Abuelita! ¿Qué le dijeron mis papás?
-Ya lo verás, hija. A partir de mañana no sufrirás más -se limitó a responder.
Las dos se iban a dormir, aunque a la menor le había costado más trabajo por la intriga. Y cuando menos lo esperaban ya había amanecido. Simplemente desayunaron algo ligero y disfrutaban del día juntas.
Aun así, la nena consideraba la espera insoportable por intervalos. Los minutos pasaban, se hacían eternos, el silencio azotaba aquella casa. Por eso cuando se escuchó el timbre, Titania sintió como una descarga eléctrica. Así que abrió la puerta y no podía creer lo que estaba viendo: eran sus padres y no iban solos: un bebé de aproximadamente tres meses les hacía compañía. ¡La euforia que Titania mostraba era incontrolable, con justa razón!
Pasaron unos segundos hasta que la abuela logró incorporarse a la puerta y la sorpresa también se hizo evidente. Todos entraron a la casa, incluyendo a la criatura.
-¿y ese niño de quién es? -preguntó la abuela, sorprendida.
-Es de nosotros, mamá -le explicaba su hija. -Este mes que te encargamos a la niña estuvimos pensándolo y decidimos buscar un hermanito para Tita. Al principio no quisimos aceptar la culpa que habíamos tenido, pero ya no podíamos seguir de esta forma. Así que lo adoptamos.
La niña miraba al bebé de arriba a bajo, y en cuestión de segundos ya estaba en sus brazos. ¡Al fin tenía un hermanito! Y cómo lo quería...
Todos se quedaron en casa de Doña Laura por un par de horas más, hasta que se regresaron a la suya. Prometieron visitarla más y ella se los agradecía. Ese mes fuera de casa sería bien recordado por ambas.
Aunque esa noche fueron despertados por el bebé que tenía hambre, como era natural, Titania no volvió a hacer más ataques y se hizo una promesa: cuidaría a su hermano igual o más que su propia vida... y así lo hizo. Después de todo, Era la niña más bonita de toda la colonia, también la más diáfana y noble. Sólo que esta vez no hacía falta cambiarse los ojos para verla en todo su esplendor.