José Luis me rescató.
Es cierto que de alguna manera, lo hicieron los bomberos y la gente que ayudó a levantar los cuerpos y el caos que había en aquellas instalaciones del infierno. Parecía irónico que, si siempre nos han dicho que en el averno arden llamas, justo eso fuera lo que había acabado con el sitio que se transformó en mi purgatorio personal. Purgatorio de un pecado que ni siquiera había cometido.
—Resiste, muchacho, resiste —me llamó alguien—. Estarás bien, pero es necesario que resistas. Pon de tu parte.
Lo que ese hombre no sabía es que yo estaba demasiado cansado para poner de mi parte. Mi fe, mis plegarias, se cansaron de salir de mis labios y escribirse en la piedra de esas celdas en las que nos metían. Que mi dolor, que mis esperanzas se carbonizaron en una pila de golpes y violaciones en las que me había perdido. Ya yo no quería poner de mi parte. No tenía por qué.
Cubierto de hollín, sueños rotos y cicatrices, no tenía una intención real de pelear por girones de mi vida. El humano es la peor amenaza del humano en sí mismo. Ya había sido mancillado, destruido, humillado y expuesto. No quería arriesgarme más. No quería pelear más contra una corriente que me prometía descanso, paz, eternidad. Si fui capaz de ver la luz del infierno, de las llamas que devoraron todo, ¿por qué no dejarme llevar por la del cielo? No tendría que sufrir, no tendría que llorar. No tendría que ver mi cuerpo, magullado y adolorido, recuperarse de hematomas que ya de todos modos llevaba tatuados en el alma. De ahí nunca se irían.
Así que, en contra de todo lo que el bombero me pedía, me dejé ir. Cerré los ojos, y fue sencillo desconectarme de la escena. Listo, sumergido, resignado, pedí que si iba a morir, no sintiese más dolor del que ya había sentido. Que fuese pronto.
No fue así.
Desperté en una habitación, perdido, desconcertado, con la sonrisa de un hombre que me dio la bienvenida a un mundo en el que no quería seguir. Se llamaba José Luis, me hizo saber, y venía de una temporada en Finlandia. No paró de hablar mientras checaba mis signos, mientras anotaba y me contaba todo lo que había sido esa noche para él y todo el hospital. Más de una decena de chicos heridos, torturados, muertos. La policía, operativos, y yo me dejé envolver por su tono varonil y su suave voz.
Ese doctor pasó a ser mi amigo, y de mi amigo, a algo más. De mi algo más, al novio que me propuso matrimonio una noche en mitad de un gentío, y de ese novio a mi marido. Uno que tiene un peluche de un elfo, con el que ama dormir, y que me mira y me devuelve a la tierra.
Es lo que necesito. Es todo lo que tengo. Y sin ustedes, estoy bien.
Dicho todo lo cual, vuelvo al presente. Ella está hundida en un mar de lágrimas. Lágrimas que no me conmueven. Me aterra el sentimiento sombrío que me nubla el corazón en cuanto pasa por mi cabeza. Porque ni con todas esas lágrimas, ni todo ese llanto, va a igualar lo que yo lloré, lo que yo sufrí. Y si debe llorar, que lo haga. Ojalá se sienta en el mismo agujero del que yo pensé jamás salir.
Para los observadores, este es un fragmentito que seguía en una historia que publiqué en un hilo anterior. Solo una nota al pie jaja.
Palabras:_ Reloj, olas, farolas.