1. el_pichon,
¡Hola a todos!
Aquí vengo con una de mis excentricidades, que es sábado por la tarde, estamos en plena ola de calor y no tengo otra cosa que hacer. Vamos a jugar a "Continúa la historia". La dinámica es la siguiente: yo voy a comenzar una historia (vamos a ver si escribo bien, que el otro día algunos decían que tenían ganas de más después de lo de la antimateria). En un punto concreto, la voy a dejar. El siguiente debe continuarla, y dejarla para que el que vaya después la siga, y así sucesivamente. Se permiten cambios de estilo, porque no todos escribimos igual. También cambios de género, giros de los acontecimientos y flashbacks o cualquier otra estrategia. La única regla es la que he dicho: dejar la trama abierta en un punto para que el próximo siga, y comenzar exactamente donde lo dejó el anterior. Para discutir sobre este hilo, se puede usar el exprésate o crear otro hilo específico, pero en este hilo sólo tiene que haber historia. Se puede aportar con una sencilla frase, o con varios párrafos. A ver dónde y cómo acaba esto, espero no arrepentirme. ¡Empezamos!
Juan caminaba por una calle solitaria de vuelta a casa. Había sido otro día duro de trabajo, mapeando direcciones ip. Dirección a dirección, puerto a puerto, buscaba con sus compañeros alguna señal, algún servicio del pasado que todavía funcionara. Tenían que hacerlo a la vieja usanza, sin herramientas automáticas y poniendo tanto esfuerzo en las máquinas como las máquinas ponían en ejecutar las operaciones solicitadas. A su espalda, cargaba con dos ordenadores portátiles y los "trastos de mear", que aquel día, con el sol cayendo a plomo, las temperaturas disparadas y la máscara filtradora de aire, le pesaban como rocas macizas.
Recordaba el día en que le compraron los trastos de mear, consistentes en una enorme garrafa de 6 litros, y diversos utensilios para beber agua de ella por un sitio, y orinar el agua sobrante en otro. Fue en un Media Markt, poco antes de que cerrara para siempre. Cuando cada gota de agua empezaba ya a contar. De eso habían pasado años, y sin embargo, todavía funcionaban. Y esperaba que lo hicieran muchos años más, por su propio bien.
Mientras pasaba al lado de la iglesia del Cristo Crucificado, construida en la época colonial y ya en ruinas por falta de mantenimiento, pensó en las historias que le contaba su abuelo, y en la parte que él mismo había vivido.
Hubo un tiempo en el que la gente vivía conectada a algo llamado nube. Un tiempo en el que 8000 millones de personas habitaban la Tierra, y consumían todo lo que podían en un lado, mientras morían de hambre en otro. En aquella época existían visionarios que alzaban la voz, pero la inercia de la sociedad era demasiado grande como para producir el brusco cambio necesario para estabilizar las cosas. Así que, cuando la temperatura global empezó a subir, le dieron importancia, pero no mucha. Cuando el coronavirus recorrió el mundo de punta a punta y lo puso patas arriba le dieron importancia mientras estuvo ahí, pero no mucha. Cuando se produjeron guerras entre países y comenzaron a escasear los recursos, le dieron importancia, pero sólo en las zonas afectadas. Y un buen día, gran parte de la población comenzó a morir de cáncer. Un cáncer que no se sabía al principio de dónde procedía, hasta que se descubrió que era provocado por la alta tasa de microplásticos en el agua. El agua estaba contaminada. Los peces estaban contaminados. Las personas, los animales terrestres y las plantas, también. Los microplásticos se evaporaban con el agua, llegaban a las nubes con el agua y caían otra vez con el agua. El agua potable y limpia se convirtió en un recurso de valor incalculable.
Al mismo tiempo, el carbón, el petróleo y el gas comenzaron a agotarse. Las energías renovables no eran suficientes, y no llegaron a tiempo. Y fue cuando Europa, rememorando viejos tiempos, decidió invadir el norte de África para apropiarse de lo ajeno. El conflicto, por uno u otro motivo, escaló hasta convertirse en guerra mundial. La nube cayó, seguida por todo Internet. Se perdieron datos, recuerdos y conocimiento. Cundió el caos en las calles. Y cuando Juan y su abuelo abandonaron España en avión, se libraron por poco de una lluvia radiactiva que acabó con toda la vida en ese país. Los padres de Juan, reclutados a la fuerza por el estado, no tuvieron tanta suerte. Y su abuelo no se habría librado, si no fuera porque había recuperado la vista hace poco mediante edición genética y alegó que todavía no sabía ver.
Ahora, iba andando hacia casa en un extraño país, donde el sol se elevaba por el norte a mediodía en vez de hacerlo por el sur. A su izquierda quedaba la escuela abandonada. Una escuela que sus hijos, Héctor y Antonio, no habían pisado, por la sencilla razón de que ya no estaba abierta. Ellos habían estudiado en casa, recurriendo a una biblioteca pirateada de más de 100000 libros y películas de todas las temáticas que su abuelo había recopilado en un servidor.
En el día a día de Juan y su familia, apenas había momento para descansos y juegos. Por la mañana, tocaba bajar al patio comunitario y evaluar el estado del huerto, los animales, los filtros de aire y la previsión meteorológica. Una vez se duchaba y cargaba los trastos de mear en la habitación de la depuradora, iba al trabajo en Accessible Industries, una empresa que en otra época vendía materiales para personas con discapacidad, y que se había reconvertido por orden del gobierno en una "reconstructora de Internet". A media tarde, vuelta a casa, un seguimiento de la formación de los críos, una cena ligera con lo que hubiera, evaluación de placas solares y estado de las baterías, y a dormir. Sin vacaciones, sin fines de semana.
Aquel día había sido relativamente bueno en el trabajo.
-Mirad chavales, ¡he encontrado la web de Telecinco!
-¿La web de Telecinco?
-Sí, ¡por el culo te la hinco!
Puto Pedro, siempre le encantaba gastar bromas. Era lo único que todavía quedaba de aquellos gloriosos días en los que sus antepasados salían a tomar cervezas. Eso de compartir comida, bebida y baño con otras familias se acabó. Cada uno tenía su provisión de agua limpia, y conseguir más costaba tanto que era fácil fallecer en el proceso.
Igual que el día era bueno en la oficina, prometía ser malo en casa. Aquella mañana, Juan había visto que una de las gallinas no parecía encontrarse bien. El calor había apretado durante el día, por lo que las placas no funcionaron a pleno rendimiento. Y una de las baterías parecía que tenía ganas de fallar. Y sin baterías no hay depuradora, y sin depuradora no hay agua para higiene, ropa, animales, plantas y bebida.
Cruzó una calle y se adentró en un parquecillo, donde había una escasa mata de hierba seca y bastante arena. El sol se acercaba al horizonte, pero todavía le quedaba un buen rato hasta ocultarse. Finalmente, llegó a la puerta de su edificio y situó la palma de la mano en el sensor de huella. La puerta no se abrió. "Mierda, otra vez rota, tendré que usar la llave", pensó.
-¿Te ayudo? -se oyó una voz de mujer a su espalda. Aquella voz le sobresaltó, en el silencio de la tarde.
-No hace falta, Lucía, puedo yo solo.
-Ya ya, eso dices siempre. Anda, trae.
Lucía, la mujer de Juan, cargaba con una pesada bolsa, y no iba exenta de máscara y "trastos de mear". A pesar de todo, metió la llave en la cerradura con una facilidad sorprendente, y la puerta se abrió por sí sola sin apenas hacer ruido.
Una vez dentro, con las garrafas en la depuradora y sin sus pesados equipos de salida al exterior, Lucía puso cara triste.
-Juan, antes de que vayas a ver a los niños, tengo una noticia que darte.
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Ultima edizione da el_pichon, 09.07.2022 19:33:14