1. Kitoshi_Yoshimatsu ,
buenas! son las dos de la madrugada y he pasado verdadero miedo con cervine virth, un maldito vídeo que me han pasado. Y me dije... no soy escritor ni filólogo, pero amo la filología aunque ya no me pueda dedicar a ella. Y si le expresamos nuestro talento a los demás? quizás incentive la armonía en esta sala. Entonces me animé a crear esto, solamente espero que las historias sean de su propia autoría y que no se haga plagio. Entrego mi primera creepy, algunos ya la han leído pero otros no, y además está la secuela.
THE SWAMP. (EL PANTANO).
Mike–T.
Capítulo 1. Thomson.
El doctor James D. Thomson era simplemente el médico general del pueblo. Era alguien realmente intimidante. Siempre utilizaba camisas ceñidas al musculoso cuerpo que poseía, un ejemplar de por lo menos un metro y noventaisiete centímetros, y que dejaba colgando en los puños de sus largos y fuertes brazos. Usaba un sombrero de un material realmente extraño, parecido al plástico de aquellos en los que venían envueltas las chocolatinas que él mismo compraba a sus pequeños cuando los mandaba sonriente al colegio, sustentado por finas varas de bambú cual las de una cometa improvisada. Usaba pantalones casuales cuando se lo veía por la calle y traje, un traje bastante vistoso y amplio cuando atendía en su consulta. El hombre había conseguido prosperar. A sus 30 años, ya había logrado dejar atrás el apocado negocito del que antes fuera dueño y convertirse en el director de su propio hospital. Desde el preciso momento en que aquello ocurrió, la mayoría de la gente dejó de asistir al clásico hospital municipal en el que ni siquiera existía una mísera farmacia. El hospital de Thomson siguió creciendo, hasta el punto de ser algo así como el hospital del niño pero para todo el mundo. Era un señor realmente amable y compasivo, aunque algo excéntrico cuando se encontraba en solitario, aprendiendo más sobre su noble arte de la medicina o experimentando por sí mismo. Pero al momento de trabajar, siempre procuraba dejar a su pequeña amiga Excentricidad, a la que veía como un duende loco de cabellos largos y ensortijados dormitando dentro de su armario guardarropa cada vez que salía de su casa, ubicada en la Jackson, mientras se dirigía a pie los 500 metros que lo separaban de la avenida Carigon, cruzando el puente sobre aquel sucio riachuelo hasta pasar la casa de Jennifer y llegar a su hospital.
En uno de aquellos viajes y precisamente al intentar abrir la puerta corredera de su trabajo, encontró a una joven esperándolo sentada junto al bordillo de la escalera de entrada. James la saludó con la mano y con un gesto de la misma la invitó a pasar. Ella aceptó tímidamente y entró a Thomson’s Hospital esbozando una gran sonrisa.
Capítulo 2. McCall.
James le devolvió la sonrisa a aquella joven que acababa de entrar a lo que él consideraba su alma y por fin preguntó: Buenas. ¿En qué la podría ayudar?
Ella tomó una tarjeta de presentación de esas que Thomson siempre tenía a rebosar en un pequeño sujetapapeles que estaba sobre el mostrador, al lado derecho del ordenador. Volteó y encaró a Thomson y le dijo: Venía a pedirle trabajo como enfermera, señor. Acabo de concluir mi licenciatura en medicina y me interesa trabajar para pagar mi maestría. Me han contado su historia y estoy realmente admirada. Quiero seguir sus pasos.
James se sonrió y continuó: qué bien habla de uno la gente, ¿Eh? Así que le han hablado muy bien de mí. La verdad es que sí, le daría trabajo con gusto señorita y precisamente necesitaba una enfermera, tengo otros compañeros médicos en otras áreas pero el que brega con las cirugías soy yo y andaba en busca de un asistente. ¿Le parece si la ponemos a prueba una semana con salario por horas y usted decide si se queda permanentemente?
La chica le sonrió agradecida y se acodó ligeramente en el mostrador: Si, ¡Claro que sí!
Thomson se frotó las manos y rodeó el mostrador, sentándose tras su ordenador y frente a la joven: De acuerdo. ¿Cómo se llama usted, disculpe?
McCall, Lisa McCall. Puede llamarme Lisa o Lissie si así lo desea. Thomson tecleó un momento, se detuvo, se apoyó en la mano y siguió. Presionó largamente una combinación de teclas para guardar los cambios y se levantó.
Vale, he acabado. Supongo que podemos…
De repente y de manera estrepitosa, entró un joven algo pequeño de estatura pero con un peinado de tal estilo que hizo sonreír y soltar una pequeña risita a McCall.
Mire, ¡Mire quién precisamente acaba de llegar! ¿Cómo estás, Paul?
Buenas señor, muy bien gracias dijo el recién llegado, sonriendo a McCall. Entonces el señor Thomson continuó: Lisa, le presento a Paul Becket, odontólogo. Creo que uno de los mejores y un gran amigo. Paulie, te presento a la licenciada en medicina general Lisa McCall, que está a prueba como nuestra nueva enfermera.
Sonrió. Ambos se acercaron y se dieron un apretón de manos.
Encantado, dijo Paul. Es un placer, respondió Lisa. Luego ambos se alejaron y Paul se dirigió a James: Señor, ya han llegado los demás? Mientras rodeaba el hospital vi la entrada de atrás abierta.
Si, quizás sí. He jurado que escuché los cardiógrafos detrás y esos solo pueden ser Max y Elena que me conozco el jaleo que montan.
Paul y lisa sonrieron. Bueno señor, creo que iré a mi oficina. Si me necesita, no dude en llamarme. Así lo haré, dijo Thomson mientras concedía un apretón de manos a su amigo y empleado. Suerte con el trabajo, compañero. Estamos hasta arriba de documentos y…
Pero Lisa se sorprendió porque no terminaba la frase el doctor, cuando Paul ya se hallaba en mitad de la escalera al segundo piso despidiéndose con la mano. Thomson se excusó con ella y le dijo: tranquila, él es así. Como te descuides y sueltes la charla te deja sin pan ni pedazo. Vale, tú estarás aquí abajo querida. A la derecha del ordenador hay una manija. Tira de ella.
Así lo hizo lisa y la pared se deslizó. Era una anchura como para que pasen unas tres camillas. Al correrse con tal rapidez, Lisa se asustó y soltó la manija. La extraña puerta fue a dar al otro lado con un seco golpetazo.
Oh, caray, dijo Thomson. Luego rio de manera nasal y prosiguió: Lisa, ten en cuenta que aquí hay pacientes. Aquello ha sonado como una explosión nena. Procura no volver a hacerlo.
Ella asintió y avanzó con James hasta el cuarto recién abierto. Era una sala amplia. Cuatro camillas se hallaban reposando como basiliscos de manera paralela sobre sus relucientes soportes. Del lado derecho una mesa de operaciones y maquinaria de ese tipo, y del lado izquierdo sillas, una mesa para cuatro, un poco de comida y un ordenador laptop.
Bienvenida a mi sala de operaciones. Casi no hay gente aquí como no traigan a un chiquillo al que le han zurrado sobremanera y al que haya que reconstruirle o recolocarle algo. No es una vida relajada el estar aquí abajo, por si te lo estás preguntando. ¿Ves eso?
Entonces, Thomson señaló con su dedo índice una pequeña pantalla Tablet que se hallaba sujeta a la pared, perpendicular a las camillas basilisco y muy cerca del techo. Lisa asintió.
Bueno. Eso es un piloto. Si los de allá arriba pulsan un botón, debemos acudir. La mayoría de veces lo hacen porque necesitan puntos de vista o diagnósticos concretos. Por eso siempre hay que estar atentos en todo momento.
Lo he entendido. Atenta estaré. Puede confiar en mí señor Thomson.
Vale, así lo haré, replicó Thomson con imperceptible sorna.
Iré por un emparedado. ¿Te apetece, Lisa? Ella asintió y James bajó una escalera a la que se accedía abriendo una puerta cuyas bisagras chirriaban por el óxido.
James se encontraba en un habitáculo de poco más de tres por dos metros cuadrados. Era una vieja despensa. Para su madre, Kathleen Thomson, su guarida secreta. James a menudo se la pasaba hurtando pequeñas cosas (chicles tragables los llamaba) que su madre le traía entresemana para que no se quedase dormido en mitad de una cirugía o de alguna cosa excéntrica que le gustaba hacer a su querido hijo. El propio james recuerda que su hermano pequeño, John Thomson, se había estado columpiando en una rueda atada a una llanta a su vez atada a un árbol, la rama había cedido y el pobre niño salió proyectado contra una roca, fue a dar de cara contra ella y se deslizó un buen trecho por una pronunciada pendiente de roca y gravilla que se le quedó incrustada en la herida. Cuando James lo fue a recoger, la pobre criatura naufragaba en un mar de llantos y tenía uno de sus hombros cual arete. Se lo había dislocado y tenía que ser intervenido cuanto antes.
Sin contarle a su madre la travesura de su hermano, se lo llevó rápidamente a la guarida secreta, porque como Kathleen los viera en plena sala de operaciones seguramente le estallaría el corazón, y comenzó a trabajar con John. Mientras buscaba una herramienta con la que devolver a su estado original la infortunada clavícula de su hermano, quedó dormido sentado sobre su sillón, un raído Castello de cuero negro. La señora Thomson no encontraba a sus dos hijos, pero vio una puerta que antes no se encontraba allí. Baya susto el que se llevaría cuando vio a su hijo pequeño en mitad de una operación, su tez pálida como el papel y su rostro reflejando el sorpresivo ataque de la muerte. Precisamente y como predijo el propio james, a la mujer le dio un paro cardíaco y también la tuvo que intervenir él. Luego, al despertar su madre, intervino lo más pronto posible al pequeño John, le dio escayola por casi dos meses y lo envió fuera de la guarida con su madre.
James dio una repentina sacudida de pies a cabeza y se golpeó esta última con la puerta de un anaquelito que había dejado abierta. ¡Mierda! Dijo mientras tocaba su dolorida oreja. Con la predisposición de un antiguo pirata que se prepara para el abordaje, James tomó una barra de pan y un cuchillo. La barra le recordó la escayola de su hermano pequeño pero apartó ese recuerdo, el cual se fue chillando como un gusano gigantesco al que se le hubiera disparado en el costado con una Kalashnikov. Cortó la barra de pan en dos, limpiamente y sin filillos sobresaliéndole cual cirujano experto. Abrió ambos gajos y preparó los emparedados. Al suyo le puso tomate, lechuga, algo de una hamburguesa que había aparecido al final del frigorífico, salsa de tomate y algo de picante. Le apasionaba el picante. Al de Lisa, lo clásico. Los colocó sobre una pequeña bandeja de plata, la única que tenía, y sirvió dos vasos de leche que también colocó sobre esta. Llevó la comida arriba.
Capítulo 3. Lo que comenzó todo.
Lisa sonrió encantada al ver a Thomson bajar con sendos emparedados paralelos a sendos vasos de leche pasteurizada, lista para beber. A que es genial, dijo él. Se ve exquisito, contestó ella. Sin embargo, gracias al cumplido, Thomson no sonrió a Lisa que obviamente solo deseaba una sonrisa, una piltrafa de cariño o de comprensión. Al contrario, la apartó suavemente y posó la bandeja sobre la mesa de la izquierda.
Lisa volteó hacia la puerta, mirándola extrañada. ¿Ha oído eso, james?
Si, los niños quizás. Estamos debajo de la escalera después de todo. Pero precisamente allí acabó la pesquisa de James sobre los extraños ruidos que comenzaron a escucharse como si fuera una estampida, mientras un sordo rugido como el de una bestia retumbó dentro del edificio, marcando claramente su origen. La propia salita del hospital.
Lisa estaba realmente atemorizada y James sabía que tenía la vida de su reciente secretaria en juego. Corrió hacia la mesa para cuatro personas en la que hacía relativamente poco que habían comido, abrió un compartimento de doble fondo y extrajo un arma. Nada especial ni de alto calibre, una simple glock 16. Se asomó a un pequeño ventanuco que hasta ese momento a lisa le había parecido desapercibido, oteó a través de él y vio lo más asqueroso e imposible. Extraños humanoides que emitían ruidos guturales, con cientos de pústulas en el cuerpo y andares de robot, asolaban el alma de James acercándose a la pequeña guarida. De pronto, uno de aquellos seres se había abalanzado sobre el ventanuco que por suerte estaba reforzado. James sonrió, volteó hacia lisa y comprobó que estaba bien, entonces continuó. Sigiloso como un gato, parapetó la glock apuntando hacia el exterior, pasando sobre el cristal. Explosión, olor a plomo y pólvora, ruido de cristal y caída allá afuera, en el exterior. Los muertos vieron la presa fácil que se les presentó y lo cosieron a mordiscos. Lisa quiso acercarse para ver con más detalle la escena, pero James la retuvo fuera del campo de visión. Recogió la glock y descargó todo el plomo que la pistola guardaba dentro de su panza. Aquello era sacado de una película de terror. Miembros amputados, desgarrados o mordidos, sesos por el suelo e infinita cantidad de huesos que saltaron.
Pero toda aquella destrucción tomó forma y cobró vida propia. Los huesos se juntaron para hacer una nueva clase de esqueleto, los órganos o lo que quedaba de ellos se repartieron, los remanentes de piel cohesionaron y dieron forma a la cosa más grotesca vista jamás por cualquier cristiano. Aquella cosa era algo similar a una pelota con una cabeza y muchas piernas y brazos. Corrió todo lo rápido que pudo contra la salita de operaciones donde esperaban yertos de terror ambos camaradas, el jefe y su empleada. Lo demás, es historia.
La cosa comenzó a descargar gran cantidad de patadas y puñetazos contra la puerta hasta que cedió. James sonrió y le pegó una patada. Para su sorpresa, la fuerza absorbió su zapato y la cosa excretó líquidos que le fueron fundiendo el pie, el tobillo, la pantorrilla, el muslo…
Así, hasta que tenía una pierna seccionada de cuajo. Después, la cosa corrió en dirección a su garganta, abrió una putrefacta y asquerosa boca de la que emergieron varios dientes afilados y amarillentos, y de un mordisco certero destrozó la yugular de james. Luego bajó hasta la altura de su estómago, y comenzó con su peculiar aperitivo.
Aquella cosa seguía creciendo, según comentaba Lisa. Ella aprovechó un descuido de la cosa y corrió hacia afuera. El monstruo, sediento de sangre, corrió contra ella. Nada más salir, Lisa accionó la manija que cerraba las puertas. El monstruo daba un salto para morderla, pero una vez más se escuchó el golpetazo. Entonces, Lisa recordó la frase de aquel día, desde ese mismo día en que James la estaba poniendo a prueba. Ahora era historia, ahora ya no existían pruebas porque tampoco existía el dueño. El caso es que la cosa saltó, pero la hoja de la puerta trazó primero líneas, para luego acentuar su curvilíneo arte y despedazar lentamente a un zombie.
Lisa fue encontrada en estado catatónico algunos minutos después de aquel acontecimiento. Sobre Paul nunca se supo nada, y los demás estaban dentro de la cosa.
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