DÍA 2.
Aún seguía trastocada por todo lo que pasó ayer. Cristo, ¿Tenía motivos? ¡Sí que los tenía! Pensaba para mí misma. Sobre todo, no eran una ni dos personas, las que se me acercaban y me decían con una sonrisa traviesa arqueando sus labios, “Parece que Orson está por ti”. Yo no lo creía del todo así, al menos era lo que pensaba… hasta ayer. De hecho, pensé que Orson iba a hacerme cosas indebidas en pleno muelle, porque yo sé que ya había pasado, pero confiaba en que él no era así.
Pensamientos cada vez más raros pero de la misma naturaleza asolaban mi mente con una velocidad casi sónica, casi aterradora. En realidad yo no podía definir qué era exactamente lo que sentía por Orson Lebi Christophersen Temm, pero el tiempo y la cercanía habían resultado ser excelentes consejeros, según mis relaciones pasadas. Entonces, lo hice.
Me levanté de la modesta cama que tenía mi residencia universitaria, y con presteza elegí ropa que resaltase mis contornos hasta el punto que sean atractivos, sin llegar al límite de la obscenidad ni del irrespeto. Una vez así, me miré al espejo y sonreí coqueta al ver mi figura, una Lisa McCall totalmente distinta. La niña a quien una vez su padrastro había hecho de todo había quedado atrás, y poco a poco se atisbaban los rasgos finos y delicados, no por ello atenuando lo fuertes y matriarcales, de una profesional en ordenadores. Sonreí de nuevo. Sin embargo, esta última sonrisa no fue de auto coqueteo precisamente, sino una sonrisa melancólica que se fue perdiendo paulatinamente en treinta segundos o así. Poco después, volví en mí misma y resuelta, salí por Orson.
Acudí a la Laguna de las Ninfas, su lugar favorito para estudiar… pero no estaba ahí. Esto me embargó de decepción. ¿Habría quedado con otra chica? ¿Sería nuestro encuentro… solo eso? ¿Un encuentro?
Todos estos pensamientos se fueron al instante de mi mente, cuando una chica de aquellas incultas e irrespetuosas que no faltan, me arrojó agua directamente al rostro y a gran parte del cabello que me lo flanqueaba. Enfadada, le hice una peineta y me alejé de allí. Pero cuando estaba apunto de devolverme a mi edificio residencial, caí en cuenta, muy ligeramente, de que también solía pasar gran parte de su tiempo de estudio en la gran biblioteca universitaria con algunos de sus amigos. Entre ellos estaba Jake (Jakob) alguien realmente molesto y que se empeñaba en acariciarme con lascivia, Mina, (Mina Prescott) una chica algo agradable pero muy reservada, y el típico nerd, alguien llamado algo así como Danny, Devin o variantes similares. Sin embargo, esto poco me importó, y con la misma resolución me dirigí hasta allí.
Al llegar a la puerta, me detuve y examiné sigilosa la situación. No sé por qué lo hice, en realidad. Era una biblioteca, estaba cerrada y tenía reducción de ruido y eco interior. No iba a escuchar nada hiciese lo que hiciese. Entonces, sin tocar, abrí una de las hojas de cristal que mantenían cerrada aquella Meca de conocimientos, y aparecí en escena.
Era tal y como me lo había imaginado todo. los tres separados, haciendo sus propios deberes. A veces hablaban entre sí, pero ninguno rompía la concentración… hasta que aparecí yo. Los tres se voltearon a mirarme y en cada uno de sus rostros pude leer lo que pensaban. En Jake, me la quiero comer. En Mina, era obvio que me tenía envidia. Muy bien disimulada porque después cambió su expresión y me sonrió, pero envidia a fin de cuentas. Y el tal Danny o Devin, no pasó totalmente de mí, pero de todos modos mi figura no le pareció indiferente. Sin embargo, al que no logré descifrar por nada del mundo, fue a Orson.
Su cara era una mezcla de alegría, melancolía, concentración turbada, estrés y… ¿Nervios? ¿Era nervios lo que veía en él? Pensé. Y como si el universo estuviera sincronizado con mi mente, me lo confirmó el repiqueteo de un lápiz que él portaba en su mano derecha contra el mármol de la mesa, lo que irritó a los demás.
Los amigos de Orson, como movidos por un resorte, tomaron sus útiles y desaparecieron de allí sin mediar palabra con ninguno de los dos. Entonces, sin nada más que perder, me le acerqué, decidida a obtener una respuesta suya.
-¿Lebi? Pregunté con una voz sutil, susurrante, casi de hada.
¿Li… Lisa? Dijo él, en igual frecuencia, aunque me pareció detectar un tono más grave en su voz.
Tomé una gran bocanada de aire, lo que me permitió continuar con la misma decisión evitando el temblor de todo mi cuerpo por el nerviosismo y por nuestra propia proximidad.
-Tengo que preguntarte algo, no me lo tomes a mal. Si quieres puedes evitar decírmelo, yo lo aceptaré, pero así no podemos seguir. Le dije.
-¿Aquí?
-¿Ahora? Dijo él, algo indefenso.
-¿Por qué no aquí? ¿Por qué no ahora? Contesté.
-Porque creo que si te lo demuestro querrás escapar, Lissie. Lo sé. Y no creo que… dijo él, antes de caer rendido sobre sus codos en la gran mesa de mármol en que estaba.
-Debes tomar esa decisión, Lebi, no podemos seguir así y lo sabes. Sé que lo sabes. Te dejaré con tus pensamientos. Fue lo último que le dije… hasta que cuando decidía irme, él se irguió con presteza y me tomó del antebrazo, atrayéndome hacia sí.
-No, espera, espera Lissie. Te lo diré. Replicó él, algo jadeante.
-¿Sabes las calles con bifurcaciones que hay en la ciudad? ¿Sabes las… todo eso? Pues es lo que me pasa. Tengo dos… dos formas de proceder.
-Yo no sé si…
Entonces le corté por un momento y le dije:
-¿Qué decisiones son esas?
-La primera es mentirte, decirte que no me pasa nada contigo, con lo que seguiríamos siendo amigos como si nada hubiera pasado, continuó él.
-La segunda, sin embargo, es la más riesgosa. Es decirte que me gustas, que no es reciente y que mientras más pasa el tiempo menos puedo soportar la idea de verme sin ti. Lo que quisiera en este momento es abrazarte, gritar a los cuatro vientos que no puedo estar sin ti y…
Me había costado lágrimas de sangre, pero había descubierto la verdad. Una vez terminada aquella frase, lo corté de nuevo y fui yo la que lo abrazó, logrando soltarme de aquella férrea mano que ya me lastimaba el antebrazo. Orson también me abrazó, con demasiada fuerza quizás, y apoyó su cabeza en mi pecho parcialmente descubierto. Nos quedamos así por un tiempo, hasta que sentí que algo caía en mis pechos. Asustada quise retirarme, pero… ¡Lágrimas! ¡Qué he hecho! Pensé. Entonces, acaricié la cabeza de Lebi como si fuera una mascota, dando de vez en cuándo una ligera palmada cariñosa y bajando hasta su cuello a veces, mientras murmuraba:
-Llora si es tu deseo, Lebi. Gracias por revelármelo. Hazlo, sí, eso es.
Luego, comencé a mecer su cabeza en mi pecho como si fuera un bebé. Sin embargo, lo que me extrañó es que Orson se había quedado dormido. ¿Demasiadas emociones? Si, probablemente. Cuando lo incorporé, pude ver en su cara todo lo que necesitaba saber. Ahora su expresión era de felicidad, placer y optimismo. La melancolía seguía allí, pero lo que hacía era embellecer más su expresión. La tristeza le sentaba bien, era lo que le había dicho varias veces.
Preocupada, lo dejé apoyado sobre su cuaderno, para que su frente luego no pagase las consecuencias del mármol helado, y pensé cómo decirle mi respuesta.
Luego, vi que su mochila estaba allí, cerca de su sitio. Me acerqué y la tomé, buscando en ella algo que me permitiera escribirle una esquela. Y entonces lo encontré, una hoja de un papel bastante extraño pero muy bien cuidado, un bolígrafo de muy buena calidad y una hoja estándar con la que podía improvisar un sobre. Esto es lo que le escribí exactamente.
Querido Orson,
Muchas gracias por haberte sincerado conmigo. Siento no poder decirte esto en persona, pero te has quedado dormido cuando te abracé, y no era plan despertarte. Tienes que descansar. Sé que tu vida es pesada y que te he metido muchas emociones en la cabeza, y realmente lo siento. Sin embargo, si te escribo esto, es para decirte lo que pienso.
En primer lugar, aprecio mucho tu coraje y valentía. No te haces idea de cuánto lo hago. Me has aclarado varias dudas y has dejado en mí una paz interior que en mi vida había sentido.
En segundo… ¿Podemos ir paso a paso? Admito que yo también siento algo por ti. Sin embargo, lo que menos quiero y mucho menos me perdonaría, es idealizarte o que me idealices y que todo acabe mal.
Si puedes asumir todo esto y lo que te pido, estaré para ti. Si no, seguiremos como amigos, y por mi parte no habrá rencor, aunque sería realmente triste que me dejases de hablar.
Con mucho cariño,
Lisa Stella McCall.
Improvisé el sobre sin hacer mucho ruido, y se lo dejé junto a su cabeza. Luego me lo pensé mejor, y lo tomé de vuelta, restregándolo ligeramente contra mi larguísima cabellera. Después, sonreí coqueta y traviesa y lo besé en la frente. Y tras descubrir aquel secreto, emprendí la retirada hacia mi edificio residencial, con la paz interior que le escribí en la carta y con un sentimiento que también comenzaba a crecer dentro de mí.