bueno lo puse en el hilo de historias con chat GPT ya que no encontré ningún otro lugar en donde ponerlo.
pero esta historia no fue creada con inteligencia artificial.
Hoy vengo a contarles una historia que recuerdo de mi infancia. Me vino a la mente cuando recibí una llamada de la escuela de mi primita, quienes necesitaban una túnica de repuesto para ella, ya que se había ensuciado la que llevaba puesta. Pero esta historia que voy a relatarles en realidad me sucedió a mí cuando era niño, tenía 5 años y cursaba el primer año de primaria, allá por el año 2005.
Todo transcurría como un día de escuela normal, con dos largas horas de trabajos en clase. Finalmente, sonó el timbre anunciando el esperado recreo, y salimos emocionados al patio. Siguiendo el orden establecido, salimos en fila para evitar cualquier estampida de niños desbocados.
Cabe destacar que el día anterior había llovido, por lo que algunos charcos de agua sucia y barro se formaron cerca del campo de fútbol. Y para mi mala suerte, terminé cayendo en uno de esos charcos y me ensucié por completo la túnica de barro.
Dos de mis compañeros fueron rápidamente a avisarle a la maestra, quien acudió al instante. Juntos nos dirigimos a la dirección, donde la directora se encontraba.
"¿Qué podemos hacer ahora?", preguntó la maestra, notoriamente preocupada por mi situación.
"A ver, creo que tenemos una túnica de repuesto", respondió la directora mientras buscaba en el armario.
Pasaron unos minutos, pero la directora no logró encontrar ninguna túnica disponible. "Bueno, parece que no tenemos", dijo resignada.
Ante esta situación, la maestra y la directora decidieron llamar a mi casa para que alguien viniera a buscarme, ya que no podía ingresar a la clase con la túnica sucia.
"Está bien, eso haremos", asintió la maestra, tomando el teléfono y marcando el número de mi casa.
Después de unos tonos, alguien respondió al otro lado de la línea. "Hola, ¿con quién desea hablar?", preguntó una voz desconocida.
"Hola, señor. Hablo con la familia Galletto", dijo la directora.
"Sí, señora", respondió un hombre al otro lado de la línea.
"Resulta que su hijo Jesús tuvo un accidente y se ensució, así que necesitamos que alguien venga a buscarlo", explicó la directora.
"Entendido, señora. Informaré a su madre de inmediato", respondió el hombre antes de finalizar la llamada.
Ese hombre resultó ser mi hermano mayor, aunque en ese momento no estaba seguro de qué estaba pasando por su mente. Tal vez acababa de despertar o quizás había tomado una botella de vino entera antes de dormir, ya que entendió casi todo correctamente.
Mientras tanto, en casa, mi hermano llegó y le informó a mi madre sobre la llamada de la escuela. "Mamá, tenemos un problema", dijo preocupado.
"¿Qué pasó? ¿Algo malo acaso?", preguntó mi madre, visiblemente inquieta.
"Parece que Jesús se ensució o se cagó. Dicen que vayas. No sé, llévale una toalla, un pañal o algo así", explicó mi hermano.
"Está bien, lo primero te creo, ya que cualquiera puede ensuciarse. Pero lo segundo es imposible. De todas formas, voy a ir", respondió mi madre, dispuesta a aclarar la situación.
Aproximadamente una hora después, mi madre llegó a la escuela y se dirigió directamente a la dirección, donde me encontraba junto a la directora.
"Hola, señora. Qué bueno que vino. Resulta que su hijo tuvo un accidente en el recreo y, como verá, se ensució la túnica y no tenemos una de repuesto. Según nuestro reglamento, todos los niños deben venir a clase con sus túnicas limpias. Si vienen sin túnica o con la túnica sucia, no pueden entrar a clase", explicó la directora.
"Ah, ya entiendo, directora. Vamos, hijo. Nos vemos mañana, directora", dijo mi madre, llevándome de vuelta a casa.
Al llegar a casa, mi madre me indicó que me quitara la túnica y la colocara en el cesto de ropa sucia para lavarla más tarde. Yo seguí sus instrucciones y me dirigí a mi habitación. Fue entonces cuando mi hermano apareció y se desató el infierno.
"Pero manga de boludo, solo se ensució la túnica. ¿Qué se cagó ni qué ocho cuartos? A ti te voy a cagar a golpes. Vení para acá", exclamó mi madre enfadada.
Desde mi habitación, escuché la acalorada discusión que se desarrollaba en la habitación de mi madre, pero sabía que si intervenía para defender a mi hermano, terminaría en la misma situación que él.
Ese día, los dos aprendimos una lección muy importante: yo aprendí a tener más cuidado y mi hermano aprendió la importancia de escuchar bien y no mentir.