Aquí otro relato.
El indicado.
Miguel Pacheco, marzo de 2019
Sé cómo comienza esta historia, pero ahora desconozco cómo va a terminar... hablo de la historia de nuestra vida.
Mateo y yo habíamos llegado de la primaria hace poco; él era más dado a abrirse con nuestros papás mientras que en mi caso no me gusta hablar demasiado de mis rutinas con ellos, con esto no digo que yo cuente menos o que sea un antisocial. Ese día había estado aburrido, pero a mi hermano eso poco se le notaba.
-¡Ya llegamos! -se le oía oír a Mateo mientras éramos recibidos en esa pequeña casa de un solo piso.
-¡Hola, mis amores! Ya se les había extrañado -replicaba mi madre, una mujer joven, con una diadema en el cabello, calzaba un par de chanclas y era "muy atractiva" según hablaban en el barrio. -Y cuéntenme, ¿cómo les fue? -Yo le saludaba con la mano y Mateo continuaba con la plática así bien feliz, porque a mí no me daban ganas de hablar sabiendo lo que iba a decir, básicamente lo mismo de siempre:
-¡Muy bien, mami! Oye, ¿y qué crees? ¡Saqué 10 en mi tarea de Mate y la maestra nos dio una medalla de chocolate a mí y a otros niños que igual sacaron 10!
-¡Qué bien, mi amor! Así debe ser siempre. De grande serás el mejor desenrollador, digo, desarrollador de videojuegos -respondía mi madre mientras lo estrechaba en sus brazos con algo de fuerza. Una vez habían concluido de abrazarse, me volteaba a ver un poco extrañada al permanecer callado. Por supuesto que esto no era nuevo, pero sé que en el fondo ella quisiera que hable más de mis cosas.
-Y qué hay de ti, Arturo? ¿Otra vez no has tenido buenas calificaciones? -me decía mientras engrosaba más su tono, medio fastidiada y decepcionada; ya la conocía de esa forma. Hasta que al fin las palabras aparecían para abandonarme.
-No, mamá. A nosotros siempre nos ponen en la fila de hasta atrás y así cuesta más ver el pizarrón. Lo detesto.
-¿Pero cómo tu hermano sí puede sacar dieces? Es el colmo, Arturo. En vez de leer esos libritos con ilustraciones deberías de ponerte a estudiar -me alzaba la voz como si hubiese atropellado a un perro con mi bicicleta o algo así. Lo malo es que ese día olvidé mi regla en la lapicera, motivo por el cual ya no podía medir mis palabras... y eso sí que era la primera vez que pasaba, digo, lo de mis palabras.
-¿Pero y luego? ¿Crees que no lo intento? Nomás los tomo y me duermo, ¡es muy aburrido! ¡No me gusta!
-No se trata de que te guste, se trata de que solamente así vas a encontrar trabajo ¡y no vas a andar como el godín de tu padre! ¿Eso es lo que quieres para ti?
-¡Estás loca! ¡Yo voy a hacer mejor las cosas que ese papanatas, vas a ver!
Y ella, olvidándose de que era mi madre, tomó la chancla derecha, se la quitó y la impactó contra mis pompis. Sentía cómo me llegaban tanto el calor como el dolor a esa zona del cuerpo, algo así como lo que pasaba con los cinturones.
-¡Es la última vez que le hablas así a tu padre! Y si no quieres que esto vuelva a repetirse, no sé cómo le haces pero me vas mejorando tus calificaciones. ¿Entendiste?
-Está bien, mamá -replicaba con lágrimas en los ojos, no por el chanclazo, sino por el coraje que ya llevaba acumulado. Los dejé solos mientras aún conversaban para regresar a mi habitación... o bueno, nuestra habitación.
En realidad, mi hermano no sólo me superaba en las matemáticas, lo hacía en todo según decían mis padres. ¿Que quién lavaba mejor los platos? Era Mateo. ¿Que quién tenía mejores modales? Era Mateo. ¿Que quién limpiaba mejor la parte de nuestro cuarto? Era Mateo. ¡Ya estaba harto! Y si esa vieja pringosa quería que mejorara mis calificaciones, pues eso iba a hacer con tal de ser mejor que ese niño mimado.
Obviamente hubiera sido más fácil... no sé, pagarle a alguien con mis domingos para que se encargara de eso, pedir ayuda a mi profesora o cosas que cualquier otro estudiante hubiera hecho, pero no, hasta en eso tengo que ser malo. Preferí irme por el camino más largo, pero que por largo, sería más agridulce.
Después llegó mi padre, pero de él no quiero hablar porque ya estoy hasta las narices de hablar sobre él. Siempre se desquita con nosotros y ese día no fue la excepción y más con el episodio anterior. Lo importante es que cuando mis padres fueron a su habitación, estábamos mi hermano y yo solos como de costumbre. Afortunadamente ya sabía exactamente cómo actuar...
Antes de que Mateo pudiera recostarse en su cama, lo tomé de la espalda asegurándome de que no pudiera moverse. Podía sentir cómo corría la adrenalina por todo mi cuerpo. Ya no podía andarme con remordimientos, ya no.
-Mira, hermanito. Espero que te encuentres bien, porque en estos días me vas a ayudar con mis calificaciones. Ya no quiero más chanclazos, ¿entendiste?
Pude sentir cómo latía su corazón a un ritmo más desenfrenado y comenzaba a llorar poco a poco del miedo. Por lo menos en esto no podía superarme...
-¡Oye, pero yo no tengo la culpa! ¡Si a ti no te gusta estudiar pues ni modo!
-Sí, pero es que en algo tengo que ser mejor que tú cueste lo que cueste. Así que a partir de hoy, harás mis tareas y más vale que hagas las tuyas también para que nadie sospeche. Sé que no será suficiente, pero me imagino lo jodido que será para ti. ¡Por fin vas a estar donde yo estoy!
Al escuchar mis intenciones intentó zafarse y al no conseguirlo, llamó a mis padres. Ya lo tenía previsto. Le tapé la boca con una mano mientras que con la otra le sujetaba con fuerza y poco pudo hacer para defenderse.
-Shh... calladito te ves más bonito... ándale, así. Ni una palabra a nadie sobre esto o si no yo mismo voy a partirte la cara, ¿entiendes?
-Está bien, voy a hacer eso, pero no me pegues, no seas malo... -le pasé mi mochila que contenía mis cuadernos y los demás útiles; como teníamos la misma edad prácticamente era hacer las tareas dos veces, hasta eso que no se la dejé tan difícil. Simplemente me fui a dormir mientras él abandonaba el lugar y se disponía a trabajar. Qué bien había dormido esa noche...
Al día siguiente, desperté un poco más temprano de lo abitual, momento que aproveché para revisar la mochila. ¿Acaso Mateo me habría mentido? Bueno, mis sospechas se descartaron cuando, al hacerlo, encontré mis libretas y en las últimas hojas estaba lo que nos habían dejado de ciencias naturales y de matemáticas. Había algunos errores, pero imaginé que lo hizo para parecer más convincente. Sea como sea, el plan estaba dando resultados.
Eran 5 para las 6.00, así que aproveché para consultar de reojo la tarea; tampoco iba a quedar como baboso frente a todos. Objetos directos e indirectos, sí, epítetos, sí, trigonometría básica, sí... la verdad que poco entendía, aunque algo era algo. Mi hermanito estaba haciendo todo bien.
Así fueron pasando los días, pero para que mamá no sospechara a veces fingía que hacía la tarea y en otras me excusaba diciendo que la terminaba hasta tarde. A Mateo se le marcaban las ojeras, ¿pero por qué era así? Supongo que el niñito de papi al fin estaba siendo superado. ¡Qué bien! E incluso mi mamá me felicitaba a mí por subir mis notas.
Pero toda gloria siempre nos conduce a un infierno, o eso decía mi abuelo. Y esto lo digo porque mientras mis calificaciones subían parcialmente (al menos ascendiendo a sacar 8 de los 5 ó 6 que casi siempre tenía) a Mateo le estaba yendo todo lo mal que se podía. A veces sólo hacía una de las dos tareas, casi siempre dejándomela hecha a mí y sus calificaciones se parecían a las de este loco al principio.
En una ocasión, nos dejaron hacer un resumen de varias páginas del libro de historia. Le habría dado un descanso a Mateo, pero cómo odiaba esa materia... fue así que, además de hacer los trabajos, también añadimos a su lista de tareas hacer los resúmenes cuando hiciera falta. ¿Y esto qué tiene que ver? Es sencillo: al día siguiente, supongo de tan mal que dormía, se desmayó en la escuela... ¿acaso me estaría pasando? No, no; más bien él no aguantaba nada. Eso era.
Unos días después, vi a varios niños reunidos como en bolita en la hora del recreo. Uno de ellos me gritó:
-¡Eres un abusador! -mientras que todos los demás se unían en coro asintiendo y llamándome de la misma manera. "¡Abusador! ¡Abusador!" -¿Pero cómo se habían enterado? Seguro que ese cerebrito frito se los había dicho.
Pero no iba a dejar doblegarme ya que, a diferencia de otros niños, así como tuve el coraje para hacerle la vida imposible a mi hermano, así tendría que enfrentarme con ellos.
-¡Mejor cállense, que ustedes no saben!
-Lo sabemos todo -dijo uno de los niños que era más rechoncho... vamos, el más grande del grupo. -¡De veras que te pasaste y por eso se desmayó ayer el pobrecito! -decía una niña que estaba cerca del otro chico. -¡Vamos a contarle todo a la directora! -y así lo hicieron; y como si estuviera vendiendo condones o droga en los baños, ese mismo día terminé expulsado de la escuela. Favor que me hacían o eso pensaba...
Regresamos a mi casa y para colmo mis padres ya se habían enterado de todo el asunto. Seguro también ya lo sabían desde el día anterior y decidieron guardarme sus griterías para después. "Cómo pudiste, es tu hermano, nosotros no te educamos así"... No iba a ponerme a llorar, tanto rechazo me había secado las lágrimas desde hace años. Simplemente les lancé una mirada fulminante y me fui a mi habitación. Y ahí encontré algo que llamó mi atención: un pedazo de papel colocado en mi buró donde se leía "te esperamos en el terreno valdío para darte una sorpresa". En el fondo pensé que sería una trampa, pero me pudo más la curiosidad así que fui.
Lo único que llevaba como arma fue mi valentía. Craso error. Ahí no podía creer lo que veía: eran los mismos chicos de la mañana y, para colmo, parece que llevaban refuerzos pues había un poco más de ellos. Me lanzaban improperios, uno tras otro, aunque alguna escenita así ya me la esperaba; a veces mi hermano, como vimos antes, era medio bocafloja. Intenté usar mis palabras:
-¡Ustedes no saben nada! ¡Mejor regrésense a sus casas a ver la tele, que para eso la tienen!
Entonces, noté que algunos traían desde piedras hasta bates. ¿De dónde los habían conseguido? Tomé a uno de los niños y le quité el bate, mientras trataba de intimidar a los otros. Llegué a descontarme a dos de ellos pero, en una jugada, varios niños, como 3 ó 4, lograron apresarme y sentía algo nuevo, algo diferente: el correr de mi sangre manchando todo, mi ropa y el suelo. Podía escuchar voces a lo lejos pese a la corta distancia:
-Ay no, ¡creo que se murió! ¡Corran, vámonos! Después de eso no supe nada más, todo se tornaba oscuro.
Pasado no sé cuánto tiempo aparecí en una camilla. No sabía por qué estaba ahí... ¿pero qué había sucedido? Ah, sí, todos esos niños me linchaban sin control, seguramente uno de ellos se apiadó de mí al final. Lo siguiente fue una escenita medio zalamera por parte de todos en mi familia, pidiendo perdón por haberme despreciado así. Bla, bla, bla. Pese a todo, no les creí ni una sola palabra. Mi familia no conoce la decencia.
Pero cuando el turno de visitas estuvo por terminar, mi hermano le pidió a la enfermera si le permitía estar a solas conmigo por unos segundos, así que tuvo que aceptar a regañadientes. Una vez estábamos él y yo, me dijo:
-¡Qué bueno que te e estés recuperando, hermanito! Por cierto, gracias por leer la nota; creí que no la encontrarías...
¡Pero qué idiota! Siempre me superaría en todo, hasta en vengarse del daño que le había hecho. Ni siquiera para eso yo había sido el indicado...