A ver, hubo un error de indentación y de numeración con respecto a los capítulos, pero capítulo 4, terminado. Sí que dimos un importante salto y ya tengo los personajes ordenados por fichas, así que aquí no nos perderemos. Y esperen, que el cap 5 será una delicia xd.
Capítulo 4: Encuentros y Revelaciones
La luz del amanecer se filtraba a través de las tiendas del campamento de los Trenton, bañando el lugar con matices dorados y anunciando el inicio de un nuevo día. En el corazón de este bullicioso microcosmos, Erevan y Aelar se encontraban sentados frente a Jesse Trenton, la comandante del campamento hija de Joseph Trenton y heredera de Trenton Valley y las montañas de sombra, en una gran tienda que servía como su cuartel general improvisado. La atmósfera estaba cargada de una expectativa palpable, mezclada con el respeto que ambos viajeros sentían hacia Su Majestad.
Jesse, con su postura erguida y mirada penetrante, representaba sin duda alguna la fuerza y determinación de su casa. Su voz, firme y autoritaria, rompió el silencio matutino. "Aelar, Erevan, os he traído aquí porque vuestra presencia en estas tierras no es un asunto que pueda tomarse a la ligera", comenzó, su tono dejando entrever la gravedad de la situación. "Sabéis tan bien como yo que los caminos hacia el norte están plagados de peligros, y que cualquier movimiento en estas tierras no pasa desapercibido para aquellos con intenciones oscuras."
Aelar, con su juventud marcada por las cicatrices de demasiadas batallas recientes, asintió, su mirada fija en la princesa. "Somos conscientes de los riesgos, mi señora. Pero nuestra misión es de suma importancia; debemos llegar a Vaisara y unir fuerzas con aquellos dispuestos a hacer frente a la amenaza que se cierne sobre el reino."
Erevan, cuya experiencia como mensajero del rey le había otorgado un conocimiento profundo de los terrenos y peligros del reino, complementó la determinación de Aelar con una calma estratégica. "Tenemos aliados en Vaisara que nos esperan. Su ayuda será crucial para reforzar nuestras filas y planificar un ataque coordinado contra las fuerzas de Lasarus."
Jesse, escuchando atentamente, asintió ligeramente, su expresión suavizándose en reconocimiento a la valentía y resolución de los jóvenes ante ella. "Vuestra causa es noble, y la casa Trenton siempre ha estado al lado de aquellos que luchan por la justicia y la libertad . Os otorgaré mi permiso para cruzar estas tierras, pero no sin antes ofreceros mi consejo y, si lo permitís, mi ayuda."
El ofrecimiento de Jesse sorprendió a ambos jóvenes, quienes no esperaban una respuesta tan generosa. Agradecidos, los dos se inclinaron en señal de respeto y aceptación.
"Mi señora, vuestra ayuda es más que bienvenida. Cualquier consejo o asistencia que podáis ofrecernos será invaluable en nuestro viaje hacia el norte", respondió Erevan, hablando en nombre de ambos.
Jesse se levantó de su asiento, acercándose a un mapa detallado de la región que estaba desplegado sobre una mesa cercana. Con un gesto, invitó a Erevan y Aelar a unirse a ella. "Este mapa muestra las rutas más seguras y los pasos de montaña que aún permanecen fuera del alcance de Lasarus y sus seguidores. Además, tengo un pequeño destacamento que está listo para partir; os acompañarán hasta el borde de nuestras tierras, asegurando vuestro paso seguro."
Aelar, impresionado por la generosidad y el compromiso de los Trenton, encontró las palabras adecuadas para expresar su gratitud. "No sabemos cómo agradeceros suficientemente, mi señora. Vuestra ayuda no será olvidada."
Jesse Sonrió. Era linda y ambos chicos se estaban fijando en ello. “Es bella pero puede matar”, pensó Erevan, mientras Jesse mantenía aquella sonrisa. Cascos parecieron escucharse a lo lejos. Se escuchó movimiento detrás de la tienda. “Aguardad aquí un momento”, dijo Jesse. Ambos asintieron con la cabeza. La joven dejó el mapa y a los dos chicos allí y fue a mirar. Descorrió la gran piel de la entrada, que hacía de puerta, y avanzó. Levantó ambas manos por encima de su cabeza, tomó aire, espiró y las bajó. Se volvió hacia la tienda. “Los que desean veros han llegado, caballeros.”
Erevan y Aelar intercambiaron una mirada de incertidumbre antes de seguir a Jesse hacia fuera de la tienda, donde un grupo de jinetes se acercaba al campamento. Los estandartes que ondeaban al viento marcaban la llegada de los Dandelion, una de las casas nobles que controlaban una extensa región hacia el suroeste.
El grupo se detuvo frente a la comitiva, y de entre ellos, descendió una figura imponente, cuyo porte y mirada demandaban respeto. Se trataba de Sir Caden Dandelion, conocido tanto por su destreza en el combate como por su aguda percepción en la política.
"Saludos, Jesse Trenton, hija del Valle y de las montañas. Hemos venido en respuesta a vuestro mensaje", anunció Caden, su voz resonando con fuerza.
Jesse asintió, presentando formalmente a Erevan y Aelar. "Estos son los viajeros de quienes os hablé. Su misión los lleva hacia el norte, y cualquier asistencia que vuestra casa pueda ofrecer sería de gran valor."
Caden examinó a ambos jóvenes, deteniéndose especialmente en Aelar. Su mirada se endureció, como si un velo de sospecha cubriera sus pensamientos. "Aelar, ¿no es así? He oído rumores sobre un emisario del rey Lasarus que lleva tu nombre. ¿Eres tú ese emisario?"
La acusación cayó como un rayo entre los presentes. Erevan se volvió hacia Aelar, la incredulidad y el asombro pintados en su rostro. "¿Es esto cierto, Aelar? ¿Has estado sirviendo a Lasarus?"
Aelar, atrapado en el torbellino de acusaciones, vaciló antes de responder. "No es como piensas, Erevan. Mi... mi lealtad siempre ha sido para con Vaisara, pero las circunstancias me obligaron a..."
Antes de que pudiera terminar, Erevan, impulsado por una mezcla de ira y traición, se lanzó contra Aelar. "¡Traicionaste nuestra causa!" exclamó, mientras los dos comenzaban un combate improvisado, sus espadas chocando con un estruendo metálico.
El duelo fue intenso, Erevan claramente superior en técnica y experiencia, pero Aelar se defendía con una desesperación nacida de la necesidad de explicarse. El sonido del acero contra acero atrajo la atención de los presentes, que se congregaron alrededor de los combatientes, formando un círculo que oscilaba entre el asombro y la expectación.
Justo cuando parecía que Erevan asestaría el golpe decisivo, una voz firme y aguda resonó sobre el tumulto. "¡Basta!", exclamó Jesse, interponiéndose entre los dos jóvenes. Su mirada, feroz y resuelta, detuvo a Erevan en seco. "Esta no es la manera de resolver nuestras diferencias. Aelar merece una oportunidad de explicarse."
Los dos jóvenes dejaron de pelear. Aelar yacía tendido sobre el pasto que cubría casi todo el valle, pero Erevan no había envainado su espada. Sir Caden Trenton sacó una hoz y desarmó al chico sin que este pudiera adivinar las intenciones de su movimiento. “¿Es este? ¿Son estos dos?” Dijo el hombretón. “Si, padre”, una voz se dejó oír desde la parte superior del dosel arbóreo. Poco después, una figura bajó con gran destreza de uno de los magníficos robles. Era una chiquilla enjuta, de pelo largo, pero que lo llevaba atado tras ella para que no le molestase. Sir Caden asintió. La chica se puso detrás de él. Sir Caden señaló a Aelar, que todavía seguía tendido en el verde pasto. “Tú estás acusado de traición al reino y asesinato”. Escupió. “Y tú”, Miró a Erevan, “Tú eres cómplice del mismo asesinato. Ambos matasteis a mis hijos, cabrones. La pequeña Lena os vio cuando los seis estaban explorando a caballo cerca de Pico de pato.” “¿Explorando?” Preguntó Erevan. “¡Nos atacaron primero! Además, con el respeto que usted se merece, Sir. No estaban explorando precisamente en un pueblo que estaba plagado de llamas recientes. Creo que desconocíais a vuestros hijos.” Sir Caden miró a Erevan con superioridad. Después se volteó hacia su hija. “¿Es cierto eso?” Le inquirió. La pequeña enrojeció notablemente pero no respondió. Comenzó a respirar cada vez más rápido, hasta que se volvió todo jadeos y desesperación. Sir Caden se acercó más a la chiquilla y la tomó violentamente por el pelo. “Contesta”, le dijo. Ella no lo hizo. Apretaba las mandíbulas como si la vida le fuera en ello y, quizás por el esfuerzo, quizás por el dolor, algunas lagrimillas brotaban de sus ojos. Sir Caden le dio un fuerte golpe con el dorso de la mano y la tiró al piso. “¡Contesta, niña imbécil!” Le espetó. La chiquilla ahora tiritaba de miedo y lloraba abiertamente. Los ejércitos de ambos campamentos miraban la escena con estupor, como no queriéndoselo creer. Jesse en cambio, miraba con ira a quien era su vasallo, pero no podía intervenir.
La pequeña era toda sollozos. Jadeaba desesperada y estiraba el cuello para ver a los cientos de pares de ojos que la veían, inexpresivos, como quien ve un atropello desde su ventana pero no arrima el hombro para prestar ayuda. Se hizo un ovillo y rodó lo más lejos posible de su padre. “Mis hijos compiten por decepcionarme cada año”, Dijo. “Esta vez se han superado, todos a la vez. No me enorgullezco de su error, pero como basadlo noble, lo reconozco”. Se encogió de hombros, pero al menos esta vez dejó e paz a su hija. Se metió las manos en los amplios bolsillos de sus pantalones y continuó: “Sin embargo, como basadlo noble, me gustaría que igual sean respetados mis derechos y se escuchen mis peticiones”.
Jesse lo miraba inquisitiva. Con una mano en la cadera y la otra gesticulando mientras hablaba, aquella gracilidad, libertad y diplomacia de la mujer impresionaba a cuantos la veían. Sir Caden sabía que sería dura de roer, pero valía la pena intentarlo, especialmente si tenías la cabeza en juego. Jesse se colocó tres de dedos de su mano derecha en la sien y pensó. Aquel pobre hombre debió de haber perdido, en la sangrienta batalla, prácticamente a todos sus herederos. Giró quedamente la cabeza para mirar a la pequeña Lena, aún hecha un ovillo pero ya no lloraba tanto. Y también pensó en sí misma. Aún siendo hija legítima, la chica lo tendría difícil para heredar el particular cortijo de su padre. Por otro lado, si le estorbaba, bien podría casarla con algún señor muchísimo mayor que ella y todavía saldría ganando, su dichoso valle quedaría en manos de un barón y aquel le daría herederos que seguirían reinando en su memoria.
Tragó saliva, respiró hondo y volvió a levantar la mirada hacia Dandelion. “¿Y qué es exactamente lo que queréis?” Le espetó. El hombre también la miró a los ojos. Percibía en ellos el cansancio y la desesperación, en consecuencia, podría aprovecharse de ello. “Exijo un juicio por combate”, dijo. “Uno de mis hombres o yo mismo contra este bastardo asesino”. Señaló a Aelar. “Acepto”, dijo este mientras se levantaba. Fue a coger el arma pero Erevan le detuvo. “No”, le dijo. “Por una vez, no seas un completo idiota. Dandelion tiene razón. Alguien debe pagar el desagravio con sangre. Yo ya he tenido mis batallas mientras tú has empezado a combatir”. “¡Pero soy un traidor! ¡Eso es lo que dice todo el mundo!” Respondió Aelar, su voz demasiado alta quizás. “Pues si muero, tendrás tu oportunidad de demostrar que no eres un traidor. Haz las cosas bien esta vez y serás recompensado”, dijo Erevan suavemente. Luego se incorporó y soltó al chico. “¡Eh, Dandelion!” Gritó. El hombre se volvió. “Aceptamos su juicio. Yo seré el campeón de Aelar”. El hombre lo miró de soslayo y restó importancia con la mano.
"Que así sea," dijo Sir Caden Dandelion, su voz resonando con una mezcla de resignación y desafío. "El juicio se llevará a cabo al amanecer."
Los preparativos comenzaron de inmediato. Jesse Trenton, con su liderazgo innato, tomó el control de la situación, asegurándose de que todo estuviera en orden para el combate. Mientras tanto, Aelar observaba con una mezcla de preocupación y admiración a su mentor, consciente del sacrificio que Erevan estaba dispuesto a hacer por él.
Erevan, por su parte, se mantuvo sereno y enfocado. Pasó toda la noche afilando su espada y revisando su equipo, sus movimientos meticulosos y calculados. No podía dormir antes de cualquier batalla importante, y mucho menos antes de una en la que podría perder la vida. Sabía que la batalla sería dura, pero también sabía que tenía que ganar, no solo por Aelar, sino por la justicia y la verdad que ambos buscaban.
La larga noche se extendió en un tenso silencio, roto solo por el susurro del viento y el ocasional murmullo de los soldados que patrullaban en el exterior. Aelar no pudo conciliar el sueño, su mente agitada por pensamientos de lo que estaba en juego. Se levantó y caminó hasta donde Erevan estaba sentado, todavía trabajando en su equipo.
"Erevan," dijo Aelar en voz baja, "sé que estás haciendo esto por mí, pero aún así, siento que debería ser yo quien luche."
Erevan levantó la vista y sonrió levemente. “Chico, tu momento llegará. Ahora, necesitas mantener la calma y aprender de esta experiencia. Esta batalla no es solo por tu inocencia, sino por algo mucho más grande. Confía en mí."
Aelar asintió, aunque la preocupación seguía reflejada en sus ojos. Se sentó junto a Erevan, observando en silencio cómo su mentor preparaba todo con una precisión que solo podía provenir de años de experiencia y de batallas como esas. Lo pensó un poco más detenidamente y cayó en cuenta de que ninguno de los dos sabía sobre el pasado del otro. El momento ya era tenso de por sí, por lo que se abstuvo de preguntar, pero permaneció al lado de Erevan. “Bueno, esto ya casi está”, dijo Erevan dejando todo a un lado y apoyándose en el suelo para levantarse. “Ve a dormir, anda. ¿No querrás perderte el gran día, no?” Le inquirió Erevan. Aelar no contestó e hizo lo que se le pidió. Lo que quedaba de noche envolvía como un manto a Erevan que, con el temor dibujado en el rostro, se escabullía entre las sombras para que su descarriado pupilo no lo viese.
Al amanecer, el campamento se llenó de una tensión palpable. Los soldados se reunieron alrededor del área de combate, formando un círculo en el que Erevan y Sir Caden se enfrentarían. Jesse Trenton, actuando como árbitro, se situó en el centro, su mirada firme y autoritaria.
Erevan y Sir Caden se colocaron frente a frente, sus espadas desenvainadas y listas. La multitud contuvo el aliento mientras Jesse levantaba una mano en señal de silencio para decir algo.
Se inclinó y declamó absorta y con la mirada al frente, como le había enseñado su señor padre.
Bajo el cielo y la montaña,
donde el viento es guardián,
en la tierra que nos baña,
con fe firme en nuestro clan.
Por las sombras que protegen,
y los dioses en su hogar,
nuestros pasos nos dirigen,
a luchar sin vacilar.
Que los vientos sean testigos,
del honor y la verdad,
y el gigante fiel amigo,
nos otorgue su piedad.
El primer choque de espadas resonó en el aire, un sonido metálico que envió un escalofrío por las filas de espectadores. Erevan se movía con gracia y precisión, cada movimiento calculado para anticipar los ataques de su oponente. Sir Caden, impulsado por la furia y la sed de venganza, luchaba con una intensidad feroz, sus golpes llenos de fuerza y determinación.
A medida que el combate avanzaba, quedó claro que ambos hombres eran igual de hábiles. El campo de batalla se convirtió en un torbellino de acero y sudor, con cada guerrero buscando una apertura en la defensa del otro. Erevan aprovechaba cada oportunidad para desviar los golpes de Sir Caden, utilizando su experiencia para mantener la ventaja.
Finalmente, en un momento de tensión máxima, Erevan encontró una apertura. Con un movimiento rápido y preciso, desarmó a Sir Caden, haciendo que su espada volara por los aires y cayera a unos metros de distancia. Con la punta de su espada apuntando al cuello de su oponente, Erevan respiraba con dificultad, pero mantenía su mirada fija y decidida.
Acercó la espada al cuello del hombretón, cerró los ojos e hizo lo que tenía que hacer. Sintió todo su brazo ser salpicado, así como su cara y su cuello, pero solo por el olor ya sabía lo que era. Erevan clavó la espada ensangrentada en el suelo y se apartó del cadáver. Desvió la mirada y alcanzó a ver a Lena, la pequeña y única sobreviviente de los Dandelion, escapando de varios guardias de los Trenton que la perseguían sin conseguir alcanzarla. La pequeña les dio esquinazo durante un rato. Luego, Erevan alcanzó a ver que se subía en un árbol y cómo desaparecía entre el dosel arbóreo.
Un murmullo recorrió la multitud mientras la noticia se asimilaba. Aunque algunos mostraban descontento, la mayoría aceptó el resultado.
Con el combate terminado, la tensión en el campamento disminuyó. Los soldados regresaron a sus tareas, y la normalidad comenzó a restablecerse. Aelar, lleno de alivio y gratitud, se acercó a Erevan. "Gracias, Erevan. No solo por luchar por mí, sino por enseñarme lo que significa ser un verdadero guerrero."
Erevan sonrió y puso una mano en el hombro de Aelar. "Esto es solo el comienzo, Aelar. Tenemos un largo camino por delante, y muchos desafíos nos esperan. Pero mientras permanezcamos unidos y firmes en nuestra misión, superaremos cualquier obstáculo.”
El sol de la mañana apenas había comenzado a calentar la tierra cuando Aelar y Erevan se prepararon para partir del campamento Trenton. Las heridas del combate de Erevan habían sido atendidas y, aunque se movía con cierta rigidez, su determinación era más fuerte que nunca. Jesse Trenton, con una mirada firme y un aire de liderazgo inquebrantable, los despidió en la entrada del campamento.
"Lleváis con vosotros la esperanza de muchos," dijo Jesse, su voz cargada de un peso que solo aquellos que, como ellos mismos, llevan la responsabilidad de otros pueden entender. "Que los vientos de las montañas os guíen y protejan. Y recordad, la casa Trenton siempre tendrá sus puertas abiertas para vosotros."
Erevan asintió, agradecido por el apoyo recibido. "No lo olvidaremos, Jesse. Tu ayuda ha sido invaluable. Lucharemos por un futuro en el que todos podamos vivir en paz."
Con esas palabras, Aelar y Erevan se despidieron y retomaron su camino hacia el norte. Jesse se los quedó observando mientras partían, con la montura firmemente aferrada de las riendas. Su mirada rebosaba una profunda tristeza y le reventaba admitir que algunas lágrimas comenzaban a hacer acto de presencia, pero su rostro era solemnidad pura al sol. Esperó hasta el último momento embebida en sus pensamientos. “Protegedlos, dioses vientos”, quería gritar a los propios vientos de la gruta escarpada donde todo el valle de Trenton les rezaba. “Dadles valor, alianzas fraternas y fuerzas para continuar”. Y pensó, “Y también protegedme a mí, dioses. También protegedme a mí. Tengo un reino que rehusa estar en guerra, un padre que se muere y un pueblo llano al que proteger”, pero esto último sí que se lo tragó para que no hiciera acto de aparición su debilidad femenina.
Las montañas de sombra se alzaban ante ellos como gigantes dormidos, sus cumbres nevadas brillando bajo el sol matutino. El viaje prometía ser largo y peligroso, pero ambos estaban preparados para enfrentarlo juntos.
A medida que avanzaban, el paisaje cambiaba gradualmente. Los verdes valles dieron paso a terrenos rocosos y escarpados, y el aire se volvía más frío y denso. La caminata era ardua, pero el espíritu de Aelar estaba fortalecido por la reciente victoria y el sacrificio de Erevan.
Al caer la tarde, encontraron refugio en una cueva natural, donde encendieron una pequeña hoguera para calentarse y preparar una modesta comida. Mientras el fuego crepitaba, Aelar rompió el silencio.
"Erevan, he estado pensando en lo que dijo Sir Caden sobre el emisario de Lasarus," dijo, su voz reflejando la preocupación que había estado albergando. "No puedo evitar preguntarme si hay algo más que deberíamos saber sobre esta amenaza. ¿Qué crees que nos espera en el norte?"
Erevan, mirando las llamas, asintió lentamente. "Lasarus es un enemigo formidable, Aelar. No solo por su poder militar, sino por las artes oscuras que controla. Debemos estar preparados para enfrentarnos a cosas que quizás nunca hemos imaginado. Pero no estamos solos. Tenemos aliados, y juntos podemos encontrar la manera de detenerlo."
La conversación se prolongó mientras discutían estrategias y posibles alianzas. Ambos sabían que cada paso que daban los acercaba más al corazón del peligro, pero también a la posibilidad de salvar su reino.
Esa noche, los sueños de Aelar fueron inquietos, llenos de imágenes de batallas y rostros desconocidos. Pero entre las sombras y el caos, siempre había un faro de esperanza: la determinación de luchar por un futuro mejor.
Al amanecer, continuaron su viaje, atravesando los senderos montañosos con cautela. El terreno era traicionero, y cada paso requería concentración y esfuerzo. A medida que ascendían, la nieve se hacía más densa, cubriendo el paisaje con un manto blanco que hacía más difícil la travesía.
El clima se volvió más hostil a medida que Aelar y Erevan continuaban su avance. La nieve comenzó a caer con mayor intensidad, y una densa niebla se levantó, reduciendo drásticamente la visibilidad. Cada paso requería más esfuerzo, y el viento gélido cortaba como cuchillas.
"Erevan, no sé si podamos seguir así por mucho tiempo," dijo Aelar, su voz apenas audible sobre el rugido del viento. "Quizás deberíamos buscar refugio aquí mismo."
Erevan asintió, observando el entorno en busca de un lugar seguro. "Tienes razón, Aelar. Necesitamos encontrar un lugar para acampar antes de que el clima empeore aún más."
Se movieron con cuidado, buscando un refugio adecuado en medio de la tormenta de nieve. Finalmente, encontraron una pequeña depresión entre dos rocas grandes que ofrecía cierta protección contra el viento. Comenzaron a preparar un campamento improvisado, tratando de encender un fuego con dificultad.
De repente, un ruido sordo llamó su atención. Erevan y Aelar se volvieron, alertas, y vieron a dos figuras acercándose entre la neblina. Erevan desenvainó su espada, y Aelar hizo lo mismo, preparándose para lo peor.
"¡Alto!" gritó Erevan, su voz resonando en el vacío blanco. "¿Quiénes sois y qué queréis?"
Las figuras se detuvieron, y una voz joven respondió. "¡Somos amigos! Mi nombre es Elian, y ella es Lyria. No buscamos pelea."
Aelar y Erevan intercambiaron una mirada de incertidumbre, pero antes de que pudieran reaccionar, Lyria avanzó con las manos levantadas en señal de paz. "Por favor, no queremos problemas. Estamos en el mismo camino, buscando ayuda para luchar contra Lasarus."
Erevan mantuvo su espada en alto, pero sus ojos se suavizaron al ver la sinceridad en los ojos de Lyria. Aelar, sin embargo, permaneció tenso, su desconfianza evidente.
"¿Cómo podemos confiar en vosotros?" preguntó Aelar, su voz dura.
"Porque estamos luchando por lo mismo," respondió Elian, con la voz firme pero tranquila. "Tenemos aliados en Vaisara, y creemos que juntos podemos hacer una diferencia."
Antes de que la tensión pudiera escalar, Lyria se adelantó un paso más, desarmando la situación con su presencia calmada. "Por favor, dejemos las armas. No tenemos tiempo para enfrentarnos entre nosotros."
A regañadientes, Erevan bajó su espada y Aelar lo siguió. "Está bien," dijo Erevan. "Pero mantened la distancia hasta que sepamos más sobre vosotros."
Con la tensión algo aliviada, el grupo se retiró un poco para conversar y planear estrategias. Pero De repente, el suelo bajo sus pies comenzó a temblar, enviando una corriente de alarma a través del grupo. "¿Qué está pasando?" exclamó Aelar, mirando a su alrededor con preocupación.
Antes de que pudieran reaccionar, una figura alta y esquelética emergió de la nieve, sus ojos brillando con una luz fría y antinatural. Era un nivaria, una criatura nacida del hielo y la nieve, y claramente enemiga, a juzgar por cómo comenzó a mirarlos. Erevan comprendió que no era una criatura muy lista, pero rápida sí, y esos pasos y chirridos de hielo contra hielo solo podían significar que el engendro se acercaba y que lo hacía de prisa.
El nivaria se lanzó hacia ellos con una rapidez asombrosa, sus movimientos fluidos y letales. Erevan y Aelar reaccionaron al unísono, desenvainando sus espadas y enfrentando al monstruo. Elian, con su daga en mano, se colocó al lado de Lyria, listo para protegerla.
El combate comenzó con una intensidad brutal. El primer choque de espadas contra la criatura resonó en el aire frío, un sonido metálico que enviaba un escalofrío por las espinas de todos. Erevan, con su experiencia en combate, lideraba la defensa, moviéndose con precisión y gracia. Aelar, aunque más joven, demostraba una valentía feroz, atacando con determinación.
El nivaria esquivaba y contraatacaba con movimientos ágiles, sus garras afiladas rozando peligrosamente cerca de sus oponentes. Erevan logró asestar un golpe certero, haciendo que la criatura retrocediera momentáneamente. La adrenalina corría por sus venas, dándole un breve respiro antes de que el nivaria se lanzara nuevamente al ataque.
Aelar, impulsado por la urgencia del momento, se lanzó contra la criatura, su espada brillando con cada golpe. Logró herir al nivaria en el costado, provocándole un grito de dolor . Sin embargo, antes de que pudiera celebrar su pequeño triunfo, otro nivaria emergió de la nieve, atacándolo por el flanco. Aelar cayó al suelo, rodando para evitar el golpe mortal, y se levantó con dificultad, listo para enfrentar al nuevo enemigo.
Elian y Lyria luchaban juntos, con Elian utilizando su agilidad para esquivar los ataques y contraatacar con su daga. Lyria, aunque menos experimentada, mostraba una sorprendente destreza y valentía, defendiendo a Elian y atacando a los nivarianos con cualquier cosa que pudiera usar como arma.
La batalla se volvió cada vez más desesperada. Los nivarianos parecían multiplicarse, y el grupo se encontraba cada vez más rodeado. Erevan, Aelar, Elian y Lyria se esforzaban al máximo, pero el número de enemigos era abrumador. Erevan fue derribado por un golpe especialmente fuerte, pero se levantó, respirando con dificultad y volviendo a la lucha.
La nieve se teñía de rojo con cada golpe certero, y la fatiga comenzaba a cobrar su precio. Aelar sintió un golpe en su hombro que lo hizo tambalearse, pero se recuperó, su determinación inquebrantable. Logró abatir a uno de los nivarianos, pero otro más se lanzó hacia él, forzándolo a retroceder.
Elian, jadeando y con varias heridas, se colocó frente a Lyria, decidido a protegerla a toda costa. "No podemos rendirnos," gritó, su voz llena de desesperación y urgencia. "¡Tenemos que seguir luchando!"
Lyria, con lágrimas en los ojos, asintió y levantó su arma improvisada, lista para enfrentar a cualquier enemigo que se acercara.
Justo cuando parecía que toda esperanza estaba perdida, una figura emergió de la neblina. Belvedere, la quimera cachorro, dejó escapar un rugido resonante que cortó el aire. La criatura se lanzó contra los nivarianos con una ferocidad inusitada, sus garras y colmillos brillando con un poder místico.
Belvedere atacaba con una energía que parecía sobrehumana, desintegrando a los nivarianos con cada golpe. La luz cegadora que emanaba de sus ataques iluminaba el campo de batalla, proporcionando un respiro a los agotados combatientes.
Erevan, Aelar, Elian y Lyria, impulsados por la aparición de Belvedere, encontraron fuerzas renovadas para seguir luchando. Erevan se levantó una vez más, asestando golpes precisos a los enemigos restantes y convirtiéndolos en nieve esparcida y trozos de hielo. Aelar, con una nueva chispa de esperanza, se unió a la ofensiva, atacando con renovada ferocidad.
Elian y Lyria, inspirados por la valentía de Belvedere, lucharon con una determinación que no sabían que poseían. Cada golpe que asestaban parecía más fuerte, más decidido, impulsado por la voluntad de sobrevivir y proteger a sus amigos.
Finalmente, Belvedere abatió al último de los nivarianos, su cuerpo brillante y majestuoso en medio del campo de batalla cubierto de nieve. El grupo, exhausto pero victorioso, se reunió alrededor de la quimera, sus corazones llenos de gratitud y asombro.
"Gracias, Belvedere," susurró Lyria, acariciando el pelaje de la criatura. "Nos has salvado la vida.” El místico animal no dejaba de mirar a todos con curiosidad y algo más, que lyria percibía como orgullo. Luego se recostó sobre la nieve y todo pareció vibrar. Su cuerpo se mimetizó con el suelo y el pelaje de Belvedere adaptó el color blanco de la nieve, pero ella, sin inmutarse, giró la cabeza y emitió una especie de siseo hacia Erevan.
Erevan asintió, respirando con dificultad. "Sin ti, no lo habríamos logrado."
El grupo, exhausto pero vivo, comenzó a buscar refugio. La neblina y la nieve seguían cayendo, dificultando la visibilidad. Erevan, liderando la búsqueda, encontró una cueva oculta entre unas rocas y llamó a los demás.
"Por aquí," dijo Erevan, señalando la entrada de la cueva. "Parece segura. Podremos descansar y reagruparnos."
Uno a uno, los miembros del grupo se internaron en la cueva, agradecidos por el refugio del viento helado. Encendieron una pequeña hoguera en el centro y se sentaron alrededor, dejando que el calor les devolviera la vida a sus cuerpos entumecidos.
"Es un milagro que hayamos sobrevivido," dijo Elian, mirando a Belvedere con gratitud. "No sé qué habríamos hecho sin ella."
"Belvedere es más que una mascota," comentó Lyria, acariciando el suave pelaje de la quimera. "Es nuestra protectora."
Aelar, aún con la adrenalina corriendo por sus venas, asintió. "Tenemos que seguir adelante, pero primero debemos recuperar nuestras fuerzas. Lasarus no se detendrá, y tampoco nosotros podemos hacerlo por mucho tiempo."
Erevan, siempre el estratega, intervino. "Descansaremos aquí esta noche. Mañana continuaremos hacia el norte. Debemos estar listos para cualquier cosa."
El grupo asintió, y la conversación se centró en los planes para el día siguiente. La hoguera crepitaba, llenando la cueva con una luz cálida y reconfortante. Pronto, el cansancio comenzó a vencer a cada uno de ellos, y se recostaron en sus mantas, dejando que el sueño los envolviera.
Lyria fue la última en cerrar los ojos, sus pensamientos llenos de las recientes batallas y de lo que aún estaba por venir. Cuando finalmente se quedó dormida, sus sueños la llevaron a un lugar oscuro y tenebroso.
Se encontró caminando por un vasto desierto de hielo, con el viento ululando a su alrededor. La oscuridad se cerraba sobre ella, y una sensación de temor crecía en su pecho. De repente, una figura alta y oscura apareció ante ella, su rostro cubierto por una capucha.
"Lyria," dijo la figura con una voz profunda y resonante. "Te he estado observando."
Lyria sintió un escalofrío recorrer su espalda. "¿Quién eres?" preguntó, aunque ya conocía la respuesta.
"Soy Lasarus," respondió la figura, revelando un rostro pálido y cruel. "Eres muy importante para mi misión. Eres la bomba de relojería perfecta, diseñada para estallar en el momento oportuno. Y pronto llegará” La siniestra risa de Lasarus hizo que a Lyria se le pusieran los pelos de punta.
El terror se apoderó de Lyria mientras Lasarus se acercaba, su presencia abrumadora y sofocante. "No te tengo miedo," dijo, intentando sonar valiente, pero su voz temblaba.
Lasarus sonrió, una sonrisa fría y siniestra. "Deberías tenerlo, pequeña Lyria. Porque cuando llegue el momento, no habrá escapatoria."
Lyria intentó retroceder, pero sus pies parecían pegados al suelo. Lasarus levantó una mano, y un fuego oscuro comenzó a arder alrededor de ellos, consumiendo todo a su paso, acercándose peligrosamente a ella. "Este es tu destino," dijo, su voz llenando el espacio. "Y no puedes huir de él."
Lyria se despertó de golpe, su corazón latiendo con fuerza. Miró a su alrededor, recordando que estaba en la cueva con sus amigos. La hoguera aún ardía, y Belvedere la miraba con ojos preocupados.
"Solo fue una pesadilla," susurró para sí misma, aunque el miedo seguía latente en su interior. Se recostó de nuevo, intentando calmar su mente, pero las palabras de Lasarus seguían resonando en sus oídos.
Mientras el resto del grupo dormía, Lyria permaneció despierta, preguntándose qué significaba su sueño y temiendo el momento en que las palabras de Lasarus se hicieran realidad.