Lo siento, de verdad que no quería, pero ya no me puedo callar por más tiempo. Esta historia merece ser contada. Todo lo que en ella sucede pasó de verdad, sin exageración alguna. Comenzó después de cenar una de mis comidas favoritas, la pizza con piña. Juro por lo más sagrado que, de haber sabido lo que en ella había, jamás habría abandonado el supermercado. Que la hubiera comprado otro, que la historia la hubiera contado otro, y que la gente, incluyéndome a mí, se ría de ese otro. Aquí comienza...
De lo que aconteció la vez que expulsé antimateria
Siempre me he preguntado qué siente una mujer cuando lleva un niño en su vientre. Las náuseas, las alteraciones hormonales, las patadas, los dolores del parto, la inmensa satisfacción de dar a luz una criatura... evidentemente, al ser un hombre, jugaré mi papel en la fabricación, pero jamás seré partícipe de tales sensaciones. No obstante, lo que sentí aquella calurosa noche del 3 de julio de 2007, estoy seguro de que se le parece. Tras la cena, ya tenía mis planes hechos: vería una película, leería un rato, y a la cama. No muy temprano, que ya estamos de vacaciones, pero tampoco demasiado tarde, que luego no se puede aprovechar la mañana siguiente.
Estaba viendo un anuncio de esos de condones que empiezan a emitirse a partir de las 10 de la noche, cuando de pronto escuché un rugido que parecía venir de ninguna parte y de todos lados a la vez.
-¿Habéis oído eso? -pregunté a mis padres.
-Debe ser el vecino de abajo, que está con el sunwoofer ese otra vez. Como se ponga tonto, llamamos a la policía -dijo mi madre.
Pero no, no era el vecino. De pronto, la cara se me puso blanca. Una fuerza que no era capaz de comprender me aferró de las entrañas y me inmovilizó sobre el sofá. Un dolor intenso me hizo doblarme hacia adelante. Duró unos segundos, y tan pronto como había venido, me soltó.
-Creo que... -pude articular justo antes de que el rugido volviera a escucharse. Esta vez estaba claro de dónde procedía. Estaba ahí, dentro de mí, pugnando por salir cual bestia desvocada.
Mis padres se quedaron paralizados en el sitio.
-¿Y eso? -preguntó mi padre.
-No lo sé, pero creo que algo va mal -respondí yo.
De pronto, sonó el timbre. No nos habíamos dado cuenta, pero el equipo Home Cinema del vecino de abajo ya no se oía. Allí estaba, perplejo, en la puerta, preguntando qué sonido era ese, que si lo habíamos escuchado.
El dolor volvió. Esta vez fue una breve sacudida, pero en mi bajo vientre. En ese momento, por pura intuición, tuve claro lo que había que hacer. Me fui al baño y, a pesar del calor, cerré puertas y ventanas. Aquel ser despreciable sólo abandonaría mi cuerpo y mi hogar por un sitio: el inodoro. Sin embargo, yo todavía era incapaz de creer que algo espantoso estaba a punto de ocurrir...
Me senté en la taza y comencé a empujar. Al principio no sucedió nada. Pasados dos minutos, el dolor regresó y me quedé rígido de nuevo. Y el monstruo rugió, sólo que ya no era un rugido. Sonaba como una especie de trompeta o instrumento de viento similar. Grande, grave, pesada. Mientras tanto, un aire venido de ninguna parte hacía volar objetos por doquier. Primero peines, cuchillas de afeitar, y otros pequeños objetos de poco peso. Después fueron los botes de colonia. Algunos cayeron al suelo y se hicieron trizas. Otros, en cambio, estallaban contra las paredes. Luego, las lámparas, y finalmente los armarios. El aire se volvió irrespirable, cargado de un olor hediondo que no olvidaré en la vida. El mobiliario del baño, antes perfectamente ordenado, chocaba y se rompía contra las paredes, la puerta y las ventanas. Las tuberías y los grifos se quebraron, dejando escapar el agua sin control.
-¡Ayuda! -logré gritar entre tanto escándalo.
No sé si fue mi grito lo que desató el fenómeno, o fue pura casualidad. El viento se detuvo. El dolor cesó. Y entonces, comenzó a fluir la antimateria.
No sé si lo sabéis, pero se dice que nuestro universo tiene un 76% de energía, un 20% de antimateria y un 4% de materia. Bueno, pues ahora en vez de ser un 20% es un 21.
La antimateria salía cual lava de un volcán. Al entrar en contacto con la materia, ambas reaccionaban y se neutralizaban mutuamente, dejando a su paso grandes cantidades de energía gamma, altamente radiactiva. Escuchaba explosiones en los pisos inferiores de mi edificio. El suelo temblaba, las paredes temblaban, yo mismo temblaba. Oía los gritos de los vecinos. En la distancia, se escuchaban las sirenas de la policía, las ambulancias y los bomberos. Se acercaban tímidamente, sin atreverse a pasar a la acción.
Pasados 25 minutos, la antimateria dejó de salir. Los temblores se detuvieron, pero el suelo se encontraba algo inclinado. Claramente, el edificio había sufrido serios daños estructurales. No se oía a los vecinos, no se escuchaba a las autoridades. "Se ha acabado", pensé. Y justo cuando lo pensaba, volvieron a la vez todos los fenómenos: el viento, la antimateria fluyendo de nuevo, y el dolor. Entonces, sentí cómo el universo se plegaba sobre sí mismo. El espacio se curvaba a mi alrededor, la realidad se deformaba. Me vi expelido fuera de la taza. Todo desapareció, y me hallé flotando en una inmensa dimensión vacía. Era, y no era. Todo a la vez. No respiraba, pero no necesitaba respirar. Hablaba, pero no había sonido, ni oídos, ni boca con la que pudiera hablar.
Y en ese momento, cuando creía que todo estaba perdido, la vi. Al principio era un punto de luz lejano en el espacio, pero se acercaba rápidamente. Crecía y crecía. Era más grande que una persona, más grande que una casa, más grande que un país, más grande que un planeta entero. Era una estrella formada por antimateria. Por mi antimateria. Y a su alrededor, la orbitaban 8 cuerpos de antimateria también. Los 4 más externos, eran imponentes gigantes de gas (mi gas) rodeados de anillos y satélites. Los más internos, separados por un cinturón de pesadas rocas, eran rocosos y pequeños. En el tercero parecía haber vida. "Si que da la pizza con piña para cosas, sí", pensé mientras se desarrollaban delante de mí tan milagrosos sucesos.
Cada vez me acercaba más a aquella estrella. Sabía que iba a matarme, que quería engullirme. Que yo, por ser de materia, era el enemigo que había que erradicar para que todo fuera perfecto. Pero no era la estrella la que me atraía, no. Era el tercer planeta. No tengo claro si él vino hacia mí o yo fui hacia él. En un momento flotaba, y al siguiente caía, caía, caía... y aparecí en el salón de mi casa, sentado en la silla, sentado ante una pizza con piña sin empezar.
-¿Cuántos cachos vas a querer? -preguntó mi padre.
-No tengo hambre. ¿No queda ensalada de anoche? -pregunté con toda la calma que pude.
-Si no te comes la pizza, se va a estropear -dijo mi madre.
-Créeme, es mejor así.
-Vale, entonces te traigo la ensalada.
Empezaba a dudar de mis facultades mentales. ¿Estaba loco? ¿Qué había ocurrido? La respuesta llegó en forma de grito a mis oídos.
-¡El que haya hecho este desastre que tire de la cadena ahora mismo y pase la escobilla, que se ha quedado la taza tibia! Y que abra la ventana, ¡que vaya olor!
Y así fue como un ser incomprendido, hecho de antimateria, venido de otro tiempo, fundó su propio sistema solar dentro de mi cuerpo, se largó y me dejó limpiando su mierda y aborreciendo la pizza con piña. ¡Qué jodío, mira si podía haberse quedado para ayudar!
Espero que os haya gustado. ¡Gracias por leer! Otro día hablo sobre los gases que me produjo la lechuga de la ensalada y que, como siempre, se pueden convertir en algo sobrenatural con un poco de imaginación.