Buenas noches. Perdón por el retraso al subir esto xd pero no tenía el tiempo de editar el relato y soy... algo... emm... obsesivo con las correciciones. No está perfecto y espero no les aburra, pero es el segundo de cuatro capítulos más un epílogo que componen el minirelato del orgullo que subí antes. Espero lo disfruten y comprendan que no es un drama tan... fantasioso. Que es algo que ocurre y que no solo sale de mi cabeza.
Llamas que dejan Cicatrices.
Capítulo 2: Retornar al invierno.
Todo comenzó cuando declaré ante una cena familiar la verdad. No di rodeos, no giré demasiado, tragué un sorbo de vino y respiré hondo. Traté de manejar mis nervios y mis emociones, aclarándome la garganta y dejando que el hombre que ya era saliese a la luz.
—Soy gay.
Las miradas volvieron a mí. Mis padres dejaron de sonreír. Todos dejaron de hacer lo que hacían. Ahora el centro era yo.
No sabía cuanto habían cambiado mi vida esas palabras hasta que, esposado y golpeado, días después, me subieron a un camión junto a otros chicos que lloraban o miraban resignados hacia otro lado. Las terapias de conversión me esperaban y yo no tenía idea de que eran. De como combatirlas. Pensé que eran una especie de reformatorio, un lugar donde nos harían formarnos como “hombres” y “mujeres! De algún modo anticuado.
—Estás aquí porque eres un maricón —me dijo el primer hombre al recibirme—. Una puta. Nuestra puta, a partir de ahora.
Nada fue mejor. Los golpes, las camisas de fuerza, los carteles, los insultos.
Mi alma se rompía, se rasgaba, dejaba de ser mía para ser la de un guiñapo de piel que se arrebujaba contra las paredes. Julián Roldán era parte del pasado, su familia unida había muerto y lo único que tenía eran las patadas, los besos, las caricias asquerosas de esos hombres que se decían sanos.
Metían sus manos en mis pantalones, pellizcaban, mordían, agredían, escupían. Me gritaban y me hacían sentir cada vez más miserable, más pobre. Yo era una sombra, una de un chico que fue decidido y determinado, que viajaba al infierno para quemarse entre el fuego de la desilusión, el miedo y la tristeza que supone que te despojen de quien eres.
—Te estoy curando —jadeaba Pluma, tocándome. De ese día, casi no recuerdo nada, y es mejor. Me habían drogado y golpeaba, gozaba de una dulce inconsciencia que me mantenía lejos de los dedos del hombre que posaba sus manos en partes que nadie por amor había tocado.
Me sentía sucio.
Estaba sucio
Enfermo
Podrido.
Nadie me rescataría.
Hasta que vinieron los electrochoques y, tras el incendio de la masacre donde aún recuerdo los cuerpos calcinados, ocurrió. Autoridades de la ciudad, medios de todo el país. Gente que nos tenía lástima, familiares reconociendo a las victimas mortales. Lágrimas, llantos, sufrimientos que no curaban nuestras quemaduras. Estábamos tan rotos y tan heridos que el corazón lo mejor que podría haber hecho era dejar de latir.
—Julián —susurraba alguien—. No nos dejes, no me dejes. No duermas, Julián. Te voy a ayudar.
Pero todo se fundió en el dolor, el miedo y la paz que me ofrecía la muerte.
Cuando desperté en el hospital, me hallé con los bellos ojos del doctor Recéndez. Me sonrió con tanta honestidad, que sentí a mi estómago contraerse y mi vida dio un giro.
Él. El doctor Recéndez. Cambió mi vida en tantos aspectos que jamás podré agradecerle. Mantuvo a mis padres fuera, yo no soportaría verlos y menos en aquellas condiciones; les resentía tanto de mi sufrimiento que deseaba ahorcarlos, era la verdad.
Pronto el doctor recéndez fue José Luis, y ya no se vestía de blanco sino portaba camisas a cuadros causales y pantalones ajustados. Me veía incluso cuando se había acabado su turno. Me veía, y me sonreía tanto que me enamoré de esa sonrisa.
Recuerdo sus primeras palabras.
—Julián. ¡Julián? ¿Muchacho? Eres un milagro, ¿lo sabes?
Yo no era el milagro de nadie. Estaba enfermo, podrido y sucio. No sabía que día era, que año, cuanto tiempo, nada,
Y él despejó todas mis dudas.
José Luis fue un antes y un después en mi vida. Lo fue todo y es por eso que ahora, volviendo a mi presente, sé que todo estará bien si él está conmigo.
Lo miro, sentado en el sofá de dos plazas mientras acabo de preparar el almuerzo. Me he negado a quedarme en cama porque no soporto guardar el estúpido reposo, no me gusta. Me hace sentir peor y la verdad lo pasaría fatal estando entre sábanas recordando el infierno. Amo cocinar para él, y generalmente cualquier actividad que nos involucre juntos, por lo que a sabiendas de ello, me lo permite.
—¿estás mejor? —pregunta mientras sirvo los platos—. Me asustaste tanto en la mañana, Julián…
—Estoy bien, Recéndez, te lo juro. Te lo prometo. Sabes que… aunque hayan pasado cuatro años ya… y esté feliz con todo lo que tengo ahora, el pasado es parte de mí —replico, serio.
—No te pido que lo olvides. Solo… me asusta, me asusta verte como te vi antes. Envuelto en tus lágrimas, gritando, estabas pálido, Julián. Era como… si estuvieras volviendo a vivirlo todo y no sabía que hacer, me desperté de golpe y… —suspira, haciendo a una estaca clavarse en mi pecho.
—Yo jamás querría preocuparte, José Luis. Sabes qué odio cargarte con mis asuntos y yo…
—No se trata de eso, Julián —me interrumpe—. Amor, este es un punto de inflexión. Joder, daría mi vida para que no pasaras todo lo que viviste y te admiro, y te amo, y eres el hombre más guapo del mundo y… solo no quiero… esto. Verte de este modo, verte revivir ese pánico.
Dejo ambos platos en la mesa, suspiro comprendiéndolo, y me acuclillo frente a él. Baja la cabeza y me besa, un gesto largo y profundo que me deja sin aliento y abarca cada parte de mí hasta estremecerme.
—No te puedo prometer que no volverá a pasar —digo, porque es cierto—. Solo puedo asegurarte que trataré de superarlo, que seguiré en las terapias y que todo irá a mejor. Solo dame… tiempo.
—El que necesites —sonríe y vuelve a besarme—. Siempre te lo he dado —continúa, y siento a mi pecho volcarse cuando acaricia una marca de quemadura en mi muñeca—. Para que sanes todas esas heridas, las físicas, las emocionales, todas. Necesito que estés bien.
Asiento. No sé que más decirle salvo esto, regalarle una sonrisa, otro beso largo y tirar de él al centro de la mesa.
Más tarde, mientras disfrutamos del sábado mirando series y recordando anécdotas, las cosas van mejor. Me ha propuesto salir a cenar y no me he podido negar en nuestro aniversario. Dos años de casados, Increíble, pero cierto. Miro a José Luis y sigo sin poder creerlo, sin poder analizar que es… esto, mi marido. Que no estoy enfermo, podrido, que no estoy mal. Sí, porque sí. Uno sigue luchando, sigue peleando contra ello, contra el pensamiento de “esto está mal, yo estoy mal”; sin embargo, cuando él me mira, se ríe, cuando lo tengo a mi lado, sé que nada es un error.
Y así pasa, así pasamos la tarde.
Estoy llorando con el final de una de esas estúpidas películas románticas que odio ,¡ por justo sus finales absurdos y lacrimógenos, cuando ocurre.
José suelta mi mano y observamos ambos su móvil encenderse y vibrar. Un número desconocido parpadea en la pantalla del aparato y él, con la mano del anillo, lo coge:
—¿bueno? —responde.
Su ceño se frunce y palidece. Algo dentro de mí se anuda y siento que podrá darme una mala noticia en cualquier instante.
—Sí, verá… yo… no sé si él… pero… por favor, entiéndame, yo…
—¿qué pasa, José Luis? —inquiero, fastidiado y preocupado.
Él pone sus ojos en mí y suspira.
—Yo… si tu no quieres, amor, yo… es alguien que quiere hablarte.
Confundido, alzo mi mano y tomo su móvil.
No sé que pensar o que esperar cuando el toma mi otra mano fuerte y no despega su mirada de la mía.
—¿sí? —digo a quién sea que esté al otro lado.
Silencio.
Silencio.
Más silencio y comienzo a impacientarme.
—¿bueno? Si no habla, colgaré en este mom…
—¿Julián? Ju… ¿Julián? Soy… soy yo. Tu madre.
amo este capítulo porque siento que conocemos algo más a los personajes.
En los demás seguiremos sabiendo quienes son, algo que ocurrió y se viene... algo que quizás apoorte más a ello.
Antes, el relato constaba de tres capítulos, pero este lo escribí en función de contar algo más y ambientar todo el asunto.
El siguiente es una conversación que me ha dolido mucho escribir con los padres de Julián y... bueno. ¿Que puedo decirles?
Los quiero, gracias por leer a este loco, gentecillas de sala.
Nos leemos.